lunes, mayo 28, 2007

Con ocasión del festejo al octogenario García Márquez efectuado en Medellín por los reyes de España y todas las academias de la lengua iberoamericana y de cumplirse 40 años desde el lanzamiento de "Cien años de soledad", la Revista Capital sometió la obra marqueciana a su Tribunal de Disciplina.
Este blogger arbitrariamente por considerar que esa novela es un paradigma dentro de la literatura, la excluyó de la escala 1 a 7 y sin más le colocó una nota 10. Además, a "Noticias de un secuestro" le colocó un 7, pero bajo los criterios -siempre personales- del género investigación periodística o crónica.

(Publicado por Revista Capital, Nº202, mayo de 2007, pág. 169).

viernes, mayo 25, 2007

ICTUS versus ICTUS

En Sueños de la memoria los Sharim (padre e hija), María Elena Duvauchelle, Roberto Poblete y José Secall, vuelcan su mirada sobre los últimos treinta años de Chile y del Ictus.

Esta producción colectiva evoca la historia particular de cada uno de los actores participantes, con acento en la extraordinaria puesta en escena de Lindo país esquina con vista al mar, que Claudio di Girólamo dirigiera en 1980. Además, como dice el propio Sharim, Sueños de la memoria vuelve a recurrir al humor como arma para desnudar la grotesca parodia del autoritarismo y el abuso. En definitiva, concluye Sharim, “esta es una obra sobre nuestras obras y sobre un pequeño trozo de nuestra historia”.

La creación del Ictus comienza con un cuadro que conmueve al extremo: pone ante nuestros ojos la evidencia de que mientras centenares de chilenos recorrían errantes unos pedazos de tierra que no eran su patria; en Chile, otros, en esta obra representados por una mujer extranjera, pululaban por nuestra geografía como si también fuesen exiliados, sin ser capaces de echar raíces en la patria adoptiva que, en medio de tanta violencia, intentaba acogerlos, pero que impotente los terminaba transportando de regreso a sus pueblos natales, mientras sus existencias se apagaban entre esperanzas inconclusas, como muertos en vida. Junto con esa recreación, Sueños de la memoria también muestra como ese errar sin asiento fijo igualmente era vivido por muchos chilenos en su propio terruño, para quienes el sueño burgués del descanso hogareño no pasaba de ser un inalcanzable sueño, tal como lo narra el marido de aquella protagonista extranjera.

Por mucho que la invitación del Ictus sea a ver un racconto, sorprende que sus creadores olviden que sus reminiscencias las están contando hoy. Poco interés tiene el pasado cuando su examen es nostálgico y cero crítico: la sola añoranza termina siendo insustancial. Sobre la recomposición de lo remoto, el actual y exitoso novelista norteamericano, Chang-rae Lee, advierte que ésta, al estar contaminada por una fuerte carga romántica, es demasiado halagadora (Una vida de gestos, Anagrama, 2004). Así, resulta de un desmentido sentimentalismo ver a los actores del Ictus cantar con las lágrimas contenidas la Internacional. ¿No será una devoción que peca de excesiva ingenuidad? ¿Qué fue de la voz detractora, libre, del Ictus? ¿Dónde se extravió? ¿Es que también se perdió en la actual complacencia criolla? ¿Se puede hacer un teatro analítico e interesante sólo fundado en la melancolía?

A medida que avanza la obra, se me fue apretando el corazón al constatar, como empezaba a prever, que el Ictus teatral terminaría, al igual que en una tragedia, siendo devorado por aquel otro Ictus mucho más perpetuo. Sí, me refiero al Ictus médico (como los españoles llaman al infarto cerebral). Concluí con desasosiego que si no hay luego un aggiornamiento, el Ictus será víctima de su propio Ictus.

Se sabe que el momento de mayor tensión del Ictus encefálico es cuando se corta el flujo de sangre, pues el tiempo que dure esa interrupción será determinante para la supervivencia futura. Si los creadores del Ictus prolongan su actual falta de irrigación sanguínea cerebral, tal como acredita Sueños de la memoria, y perseveran en sobregirar con cargo a la excelente capacidad histriónica de sus actores y a la lealtad de sus admiradores, de seguro tendremos que transitar por las frías y dolientes calles del fosal funerario, entierro al que, no me cabe duda, nadie quiere concurrir.
(Publicado en Revista Capital, N°138, agosto de 2004, p. 120).

jueves, mayo 24, 2007

LIBERTINAJE y DESEO

El ocaso de un seductor (1998) narra la visita de Giacomo Casanova a Inglaterra, donde el veneciano pretenderá a la joven Marie Charpillon. En función de obtener su amor, llega al absurdo de procurarse una nueva identidad: interpreta los roles de un asalariado, un escritor y un hacendado. Así, en medio de este esfuerzo no es una simple coincidencia que su reputado vigor sexual lo deshonre en uno de los laberintos de Hampton Court.
No obstante que la mayor parte de la novela transita mientras Casanova tiene 38 años, su autor, el inglés Andrew Miller (44 años), la inicia con un cuadro que muestra a un Casanova anciano, moribundo y empobrecido, siendo visitado por una mujer anónima. ¿Delirio o realidad? No importa, pues se trataba de introducir a Casanova en el recuerdo de su fallida seducción londinense.
El logro de Miller radica en hacer del Casanova histórico un esclavo de su propia reputación (“no resulta sencillo salir, de pronto, de un papel que se lleva tantos años interpretando” o “con el tiempo nos convertimos precisamente en lo que aparentamos”, afirma el protagonista) y en mostrar al célebre Giacomo en una faceta humana: apesadumbrado por las incertidumbres propias de la medianía de la vida.
El ocaso de un seductor es una novela atada a imágenes lujuriosas y humorísticas, escrita con la misma maestría con que Casanova consumaba sus amores, y que dibuja con estilo las preocupaciones filosóficas del siglo XVIII.
No es un accidente que Arthur Schnitzler en El regreso de Casanova (1921) nos evoque algunos pasajes fílmicos de La noche de Varennes de Ettore Scola (1976), en la cual Marcello Mastroianni representa al impostado y venido a menos Chevalier De Seingalt. Sin embargo, Schnitzler (1862-1931) se desmarca de los horizontes del escritor mediocre y no se rebaja a una mera narración externa de las anécdotas que rodearon la evasión de Casavona desde Los Plomos (cárcel veneciana), la redacción de panfletos políticos, su brutal y forzada aceptación a transformarse en delator a cambio de obtener el perdón que lo llevaría de vuelta a su querida y mítica Venecia, sino que penetra en el receloso mundo psicológico de Casanova gracias a la técnica literaria empleada (monólogo interior), recurso narrativo que nos conecta sin intermediarios al cerebro de Casanova para escuchar las impresiones, reflexiones, preguntas, reminiscencias y fantasías sobre su vida y el epílogo de su leyenda, creando una atmósfera insuperable de humores crepusculares, íntimos y personales.
Amén de brillar la nouvelle (cuento largo, novela corta) de Schnitzler por el dominio del diálogo del que el autor hace gala, también en cada página se respira seducción y galanteo; esos sinuosos filtros que nos legó el siglo XVIII, y que el actual, con todo su mundo mediático, hace lo imposible por derribar para instalar en su trono la baratija pornográfica.
Las obras de Miller y de Schnitzler están unidas por un Casanova que trasciende su arquetipo, pero que no por ello deja de estar consciente de la fábula que adorna su personalidad, diluida, sin embargo, por el paso del tiempo. En especial, vemos en el Casanova de Schnitzler a un anciano que conserva su magnetismo a los ojos de sus coetáneos, pero que ha perdido casi por completo la capacidad de seducción con respecto a los más jóvenes, convirtiéndose el conflicto entre realidad y deseo en el eje alrededor del cual evoluciona la compleja personalidad de Giacomo.
Por último, Sándor Márai nos presenta en La amante de Bolzano (1940) la faceta clásica del aventurero intrépido, amoral y sin escrúpulos. Un símbolo del hombre que, en su afán por encontrar la felicidad, destruye los medios para alcanzarla. No ha faltado quien compare a Sándor Márai (húngaro, 1900-1989) con novelistas de la talla de Flaubert, Stendhal, Dostoievsky, Henry James o Balzac, pues el estremecimiento sufrido por sus personajes también permite una catarsis final, que a veces redime y otras condena. En ese transe, el gentilhombre veneciano nos declara que “entre los hombres existe un orden del que no es posible escapar, ... sí, hijo -nos dice-, es más difícil escapar de un sentimiento que no ha llegado a su término que de Los Plomos”.
Así, tras huir de Venecia, Márai imagina a un Casanova refugiándose en el pueblo de Bolzano, donde resulta que vive Francesca, la única mujer que ha amado, casada con el anciano conde de Parma, con quien en su juventud se batió en duelo. La llegada del Chevalier De Seingalt revoluciona todo: sus hazañas, repetidas de boca en boca, se agrandan al infinito. El conde, al saber que el antiguo enamorado de su mujer está en Bolzano, presiente lo peor y opta por cerrar un pacto con Giacomo para no perderla. Una vez más, al final, Márai nos depara un encuentro inesperado, apasionado y profundo, que devela el secreto que guarda el alma del seductor.
Concluido el viaje imaginario a la psicología libertina que brindan estas tres obras, me siento preparado para iniciar la lectura de las Mémoires de Casanova, testigo y actor excepcional de su época. Espero contar cómo me fue en una próxima oportunidad.
(Publicado en Revista Capital, N°134, junio de 2004, p. 126).

viernes, mayo 18, 2007

CASO JUEZA ATALA: ¿Y EL INTERÉS DE LOS NIÑOS?

Recién en 1998 se adecuó el régimen de tuición de los menores de padres separados, estableciéndose la supremacía del principio del interés superior del niño, según el cual a la madre le corresponde su tuición; restringiéndose sustantivamente la posibilidad de la revisión judicial de ese criterio.

En el caso de la jueza Karen Atala, la Corte Suprema, por tres votos contra dos, desatendió la prueba rendida en cuanto a que el interés superior de las niñas se resguarda manteniéndolas viviendo con su madre homosexual y no con su padre heterosexual. A su vez, los informes sicológicos existentes muestran que la jueza Karen Atala tiene sólidos vínculos de amor con sus hijas y, además, dentro de las demás pruebas rendidas, no existe antecedente alguno que avale modificar la tuición materna.

A pesar de esas evidencias, ese máximo tribunal dictaminó (¿ideológicamente?) que una madre lesbiana que vive con su pareja pierde el derecho al cuidado personal de sus hijos, no importando qué cualidades tenga o cuán valioso sea el vínculo que la une a sus descendientes, o cuánto éstos la necesiten.

Al respecto, el tribunal de primera instancia fue categórico: “no se ha acreditado que la madre de las menores haya puesto en peligro el … principio del interés superior” de las mismas, criterio que fue confirmado por la Corte de Apelaciones de Temuco. Sin embargo, la Corte Suprema restringió el concepto de familia a la pareja heterosexual, única que merece, a su juicio, el calificativo de normal y, por ende, declaró que frente a una madre lesbiana se debía alterar la tuición materna en favor del padre heterosexual, con el objeto de privilegiar el “derecho de las menores a vivir en una familia estructurada normalmente”. La Corte Suprema llegó a esa conclusión sin considerar las circunstancias reales y concretas del caso que contravenían esa preferencia personal de los tres magistrados que conformaron el voto de mayoría del máximo tribunal, lo que hace de esta sentencia una decisión fundada en ideologías y no en el mérito de los hechos probados en el juicio. Es justo preguntarse entonces si será ese criterio la mejor manera de resguardar el interés superior de los niños.

Si se consolida este precedente tendremos que por el sólo hecho de reconocer y vivir su homosexualidad una madre será inhábil para vivir junto a sus hijos, obligándose a las madres lesbianas, por temor a perderlos, a esconder su opción sexual. Además, se las expondrá, día a día, a la extorsión de su ex pareja.

Los argumentos esgrimidos por la Corte Suprema tienen una asombrosa analogía con los invocados por las cortes portuguesas (caso Salgueiro da Silva Mouta), las cuales, también fundadas en esos intereses superiores, dictaminaron que la homosexualidad era un factor decisivo para desconocer el derecho de los progenitores para cuidar personalmente a sus hijos. Este raciocinio fue impugnado ante la Corte Europea de Derechos Humanos, la que puso los puntos sobre las íes al declarar que una discriminación basada en la orientación sexual no podía ser per se invocada para soslayar la prohibición que niega legitimidad a este tipo de discriminaciones.

En consecuencia, tres ONG (Libertades Públicas, Fundación Ideas y la Clínica de Acciones de Interés Público de la UDP) estimaron que privar a la jueza Atala de las tutelas de sus hijas en razón de sus preferencias sexuales constituye una injerencia arbitraria y abusiva en su vida familiar y privada y que, al mismo tiempo, viola la Convención sobre los Derechos del Niño y transgrede el principio constitucional de la no discriminación; de manera que, junto a la jueza afectada, denunciaron al Estado de Chile ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.

Ese órgano internacional ha dado al Estado chileno un plazo para presentar sus descargos. Ahora, el Ministerio de Relaciones Exteriores tiene la palabra. Se estará atento a las justificaciones que entregue.
(Publicado en Revista Capital, N°150, febrero de 2005, p. 128).

martes, mayo 15, 2007




















(Publicado por Revista Capital, Nº199, marzo 2007, p. 105)

viernes, mayo 11, 2007

LA BOVARY versus CARRIE

Las Cartas a Louise Colet (Editorial Siruela) permiten confrontar las bases estéticas de Flaubert con las sugeridas por Stephen King en Mientras escribo (Editorial Plaza & Janés).

La correspondencia de Flaubert abarca diez años y coincide con la primera versión de La tentación de San Antonio (obra escrita obsesivamente a lo largo de veinticinco años) y con evolución de la escritura de Madame Bovary (escrita durante más de seis años).

Ahí ya aparece un contraste fundamental entre ambos autores: el prolífero King, una vez publicada su primera y exitosa novela Carrie, produce un texto tras otro (algunos como El Resplandor llevado al cine por Kubrick) y millones de dólares. Así, -en 1980- se convirtió en el primer escritor en figurar simultáneamente con tres obras en la lista norteamericana de best sellers y -en 1985- rompió su propio record al incluir cinco obras al mismo tiempo en esa lista.

Quizás Flaubert tenía en mente a escritores tipo King cuando advertía sobre los riesgos de la repetición mecánica de una fórmula narrativa una vez que ésta se muestra exitosa. “Producir lo más barato posible, en la mayor cantidad posible, para el mayor número posible de consumidores”, no puede ser arte, exclamaba iracundo Flaubert ante esa amenaza que veía como un signo de los tiempos venideros.

King, al igual que Flaubert, llama a no “perderse en el laberinto de la retórica”, opción estética que guarda cierta similitud con la escuela de la palabra justa (le mot juste) promovida por Flaubert y que puede sintetizarse en su advertencia: “No te dejes llevar tanto por tu lirismo. Aprieta, aprieta, que cada palabra dé en el blanco”. Sin embargo, los ideales estéticos de ambos difieren en forma sustantiva.
Uno puede pensar que la tremenda sintonía entre la inagotable producción de King y su aceptación por parte del público se debe a que éste escribe pensando en el escrutinio que recibirá del Lector Ideal, a quien King declara rendirle pleitesía mientras escribe.

En cambio, Flaubert, menos práctico que el norteamericano, piensa que el aburguesamiento del artista comienza justamente cuando se mira a los lectores como clientes a quienes satisfacer. Más categórico aún, Flaubert expresa que al crear se debe prescindir del público (Lector Ideal), porque de lo contrario el escritor se degrada. Para argumentar de esa forma, Flaubert recurre al apoyo de la frase célebre de Epicteto: “Si tratas de agradar ya has caído”. A su juicio, la mayoría de los autores de mediados del siglo 19 no prestaban oídos a la enseñanza de ese filósofo estoico. La conclusión de Flaubert es simple y muy clara: sólo hay que hacer arte para uno mismo.
Este pensamiento me recuerda a Tolstoi, cuando decía que una obra será arte si nace de la necesidad interna del autor y no de un móvil externo, como sería, pienso, satisfacer al Lector Ideal.

Los King podrán vender millones. Hacer reír, llorar, o incluso entretener, pero dudo que te volteen. Claro, cómo no. Yo coincido con Flaubert en que la bondad de un libro se juzga por el vigor de los puñetazos que da y por el tiempo que tardas en recuperarte. Si en la creación artística eres capaz de extraer los sentimientos difusos de tu mente y presentarlos con lucidez y fuerza, junto con transmitirlos de una manera bella, habrás acertado.
Si además logras figurar en las listas de best sellers, tanto mejor, pero no pongamos la carreta delante de los bueyes.
(Publicado en Revista Capital, N°136, 16 de julio de 2004, p. 161).

miércoles, mayo 09, 2007

ESQUIVA AGENDA CULTURAL

Si bien hoy en día se debaten temas que hasta hace muy poco no estaban en la discusión pública, creo que esta nueva agenda cultural carece de un norte claro, como sí la tuvo en el siglo XIX, por ejemplo, aquella que dio origen a las leyes laicas.

Ahora, con ocasión de la Ley de Divorcio, hasta connotados personeros seculares sostuvieron que la validez que se le dará al matrimonio religioso en nada afectará la “neutralidad religiosa del Estado” (Schaulsohn: El Mercurio de 3 de febrero de 2004).

Otra señal de esa ambivalencia es la errática actitud mostrada frente a la libertad de expresión, cuya última evidencia es la mordaza que se le impondrá si el Senado ratifica la ley sobre protección del honor y la intimidad acordada por la Cámara de Diputados el pasado mes de diciembre.

Finalmente, esa falta de consecuencia queda por igual reflejada en el proyecto de ley que regula los efectos patrimoniales de los matrimonios homosexuales, presentado -en julio del 2003- por ocho diputados, el cual constituye una moción parlamentaria que tiene mucho más de testimonio que de un genuino interés legislativo.

Circunscribir las cuestiones culturales o morales a lo patrimonial advierte un retruécano para no abocarse a los temas con profundidad ni llamar a las cosas por su nombre.

¿Por qué denominar “unión civil entre personas del mismo sexo” al vínculo homosexual cuando se dice que se le quiere dar a esa “unión” los mismos efectos que al “matrimonio”?

Un proceder tan sibilino sería análogo a que si -en 1949- en vez de denominar “derecho a voto” el extendido a favor de las mujeres, tal como ocurrió, se lo hubiera nominado: “participación femenina”, dado que hasta esa fecha el voto estaba restringido a los hombres; o que, en vez de declarar que los esclavos, por el solo hecho de asentarse o pisar el territorio nacional pasaban a ser “libres” -como lo hizo la Ley de Vientres Libres de 1811 y la Ley de Abolición de la Esclavitud de 1823-, se hubiera dicho que éstos adquirían “autonomía racial”, porque hasta entonces la “libertad” era monopolio de la raza blanca.

Todas las observaciones precedentes me llevan a preguntarme la razón de este proceder criollo tan “wishy-washy”.

No creo que exista una sola explicación. Pero sin lugar a dudas que en esta forma de enfrentar las divergencias culturales, inherentes a toda sociedad plural y diversificada, como son las actuales, influye la extensión que se le ha atribuido a la política de consensos instaurada tras el retorno democrático y que se ha traducido en una sobrevaloración del concepto de que “está en juego la gobernabilidad”.

Ya está bueno de recurrir a esta manida frase para validar la desesperanza, o incluso la traición, según algunos, en que vivimos hoy.

Otros, por el contrario, creemos que en la actualidad se da la posibilidad de discurrir en torno a las diferentes posturas culturales o morales sin poner en peligro la estabilidad social y política.
(Publicado en Revista Capital, N°132, mayo de 2004, p. 118).

lunes, mayo 07, 2007

HARTAZGO CIUDADANO
  • ¿Tendrá la presidenta Bachelet la capacidad y voluntad política para mandar al ostracismo político a todos los inculpados, vengan de donde vengan?

Dé el asiento, señora. Frente a la indiferencia de la destinataria de esa orden, el conductor del bus inquirió: ¿No se va a levantar? Ante la respuesta negativa recibida, volvió a la carga: Bueno, entonces voy a hacer que la arresten. Sin levantar la vista del suelo, la señora respondió: Hágalo. Ese 1º de diciembre de 1955, Rosa Parks, oriunda de Alabama, fue detenida y acusada de conducta escandalosa.

Lo que no sabía la señora Parks era que su hartazgo ciudadano cambiaría la historia norteamericana. Tampoco que ese cansancio reflejaba el enojo de su raza.

La prepotencia de ese conductor estuvo sustentada en las leyes segregacionistas que disponían que los diez primeros asientos de los buses se reservaban para los blancos, y que debían permanecer vacíos a pesar que no viajara ninguno, aún si el sector de negros estuviera lleno.

La comunidad afroamericana de Alabama -con Martin Luther King a la cabeza- comenzó un eficaz boicot al sistema de transporte público. Al cabo de 381 días, las empresas de buses quedaron arruinadas, ya que dos tercios de sus clientes eran gente de color.

El día 2 de diciembre de 1955 la detención de la señora Parks no ocupó los titulares de los periódicos, pero este insignificante hecho fue catalizador del Movimiento por los Derechos Civiles, que concluyó con la aprobación de las leyes a través de las cuales se puso una lapida a la segregación legal en EE.UU.

He recordado el affaire Parks pues aspiro a que el caso Chiledeportes y el destape público de la olla de los gastos reservados efectuado por altos personeros concertacionistas, como son Edgardo Boeninger y Gonzalo Martner, hechos cuantitativamente más bien insignificantes, permitan que Chile no se quede parado en la estación, mirando avergonzado como el convoy de la honestidad pública se aleja, tal como advirtiera el poeta Huidobro en su premonitor discurso Balance Patriótico.

No pretendo ser tremebundo. No soy de esos que le tienen pánico al futuro e instan por el statu quo. No, nada de eso. Pero creo que la estúpida sobrevaloración de la gobernabilidad que -en su oportunidad- se arguyó para no llegar al fondo en el caso de los Pinocheques y del MOP, ha devenido en la llamada ideología de la corrupción, la que ya no sólo corroe al poder mismo, sino que se propaga como una metástasis degenerativa a la moral pública de un modo que pareciera ser irreversible. ¿Tendrá la Presidenta Bachelet la capacidad y voluntad política para mandar al ostracismo político a todos los inculpados, vengan de donde vengan?

Detengamos a tiempo a los cuervos para que Chile no sea un gran panizo. No aceptemos el grito del subastador corrupto: A la chuña, señores; corred todos, que todavía quedan migajas sobre la mesa (Huidobro). Espero que se tengan la decisión y la fuerza política y que, en el futuro, no haya que sumarse a la furia del poeta y tener que gritar junto a él: ¡Es algo que da náuseas!.

(Publicado en Revista Capital, N°197, enero de 2007, p. 129).

viernes, mayo 04, 2007

¿UN NUEVO ORDEN CULTURAL?

Ante la incapacidad de los legisladores para hacerse cargo de los cambios culturales de la sociedad, en la década del 20 los tribunales se vieron forzados a obviar la inexistencia de una ley de divorcio, instaurando el procedimiento de las nulidades vigente hasta hoy; luego, en los años 40, a reconocer derechos hereditarios a los convivientes indigentes.

Por otro lado, en julio del 2003, ocho diputados presentaron un proyecto de ley que regula los efectos patrimoniales de las uniones homosexuales, el que inverna desde entonces en algún oscuro cajón de la Cámara.

Fundado en este último antecedente y en la discusión pública llevada adelante durante el segundo semestre de 2003, sobre si una determinada orientación sexual podía ser causal de discriminación, el sociólogo mercurial Tironi sentenció que -en 2003- se había trizado el orden cultural conservador que rige Chile.

Enseguida, a inicios de este año se aprobó la ley de divorcio y, el 30 de marzo de 2004, la Corte de Temuco dictaminó que no existe inhabilidad para que a una madre lesbiana se le entregue el cuidado personal de sus hijas menores, antecedentes que ahora permiten sostener que esa tendencia de cambio se está consolidando.

Algunos pensamos que la definición institucional del marco social es una responsabilidad política que deben satisfacer esencialmente los legisladores.

A su vez, creo que la correspondiente legislación debe estar uniformada por el principio constitucional básico que gobierna a una sociedad diversificada y plural y que consiste en reconocer plena igualdad de oportunidades a las minorías, tanto en el ámbito público como el privado.

Otros piensan que estas situaciones de hecho sólo deben ser reguladas en la medida que sean armónicas con el derecho natural.

El punto de inflexión o quiebre es que algunos creemos que si los hechos no se enfrentan con regulaciones generales (vale decir, a través de la ley), el Poder Judicial comienza a definir ese marco cultural, pero con efectos particulares (pues las sentencias únicamente obligan a las partes involucradas en el proceso). Y, además, consideramos que dejar en manos de los tribunales estas cuestiones fundacionales, no es adecuado, más aún cuando muchos de esos problemas implican un cambio estructural social de magnitud.

En el siglo XX hubo grandes alteraciones en las actitudes morales, siendo la mayoría de éstas todavía controvertidas. Por ejemplo, el aborto, hace treinta años, era prohibido en casi todo el mundo y ahora es legal en muchos países. Lo mismo está sucediendo con las actitudes hacia la homosexualidad, la eutanasia y el suicidio. Aunque los cambios hayan sido relevantes, no se ha alcanzado ningún nuevo consenso, y muchos de esos temas siguen siendo polémicos, pero lo importante hoy es la posibilidad de discurrir en torno a las diferentes posturas sin poner en peligro la estabilidad social.

Así, llegó la hora de dejar de esconder la cabeza, como la tonta avestruz, debiendo los legisladores asumir sus insoslayables responsabilidades políticas.
(Publicado en Revista Capital, N°130, 23 de abril de 2004, p. 142).

miércoles, mayo 02, 2007

EXPIACIONES

Aunque algunas de las culpas de los personajes principales de las tres novelas que sintetizaré a continuación (una sudafricana, otra norteamericana y la última belga), son más incomprensibles y absurdas que otras, todas ellas obligan a éstos a mirarse a sí mismos. Esta semejanza se traduce en que esos personajes para expiarlas deben seguir un gradual y doloroso proceso de degradación personal.

Estas historias obligan a los lectores a adentrarse en las esencias del ser humano, como lo hace la buena literatura. Si ese proceso también resulta doloroso, dependerá de su particular sensibilidad.

Por otro lado, estos tres relatos conforman un requisitorio contra el poder y la opresión: ¿hasta qué punto el que pertenece a una minoría debe aceptar esa pertenencia como identidad si es que quiere ser libre?, ésa es otra pregunta que estos libros pueden ayudar a contestar.

Desgracia de J.M. Coetzee (1999):

A los cincuenta y dos años, la muy estructurada vida de un profesor universitario comienza a derrumbarse. Al sorprenderlo su prostituta de siempre hurgando su verdadero nombre, deja de atenderlo. La alumna con que luego inicia un romance, lo acusa de seducción ilícita. Su negativa a disculparse públicamente en la universidad lo transforma en un paria. Abandona la ciudad para visitar a su hija granjera que ha sido violada por un vecino de color. El profesor exculpa a éste y estima que es él quien debe cargar con la responsabilidad de ese ultraje. Así, concluye, podrá purgar sus propias culpas.

Por esta obra, Coetzee recibió el Booker Prize (único escritor que ha ganado este premio británico en dos ocasiones) y, por su trayectoria, supongo, en 2003, el Premio Nobel.

La mancha humana de Philip Roth (2001):

En el verano del 98, otro venerable profesor universitario desliza desaprensivamente durante los primeros días de clase una alusión sobre dos alumnos que nunca han asistido a éstas, preguntándose si ellos tendrían existencia sólida o sólo serían un negro humo. Este inadecuado comentario desata las consecuencias más devastadoras: uno de los alumnos ausentes (que es negro) eleva una protesta que pone en marcha la maquinaria de lo políticamente correcto que tritura tanto la carrera académica como la vida personal del descuidado (¿irónico?) profesor. Paralelamente, se va revelando la mancha humana que ese profesor ha escondido desde su infancia y que lo ha hecho prisionero toda su vida.

Estupor y temblores de Amélie Nothomb (1999):

Esta novela cuenta las andanzas de una joven belga que trabaja en una multinacional japonesa, donde es maltratada. La muchacha vive un forzado getsemaní a raíz de las continuas zancadillas que le pone su jefa inmediata y que la obliga a realizar tareas del todo encontradas con la dignidad humana, como una forma de expiar culpas que estima originadas en su condición de mujer y de extranjera.

Con esta obra, la joven autora belga (37 años) obtuvo, en 1999, el prestigioso Gran Premio de la Academia Francesa y la primera edición del Premio Internet de Francia (que conceden los cibernautas).

La lectura de cualquiera de esas tres novelas, idealmente de todas, ayuda a desprenderse del nihilismo idiota que hoy intenta absorbernos: un buen propósito llegado el momento de iniciar el año labora.
(Publicado en Revista Capital, N°128, marzo de 2004, p. 128).