lunes, mayo 24, 2010

PRODUCCIÓN DEPURADA
  • El prestigio del escritor argentino Ricardo Piglia también radica en lo que no publica.
Tan sobrio para ser argentino. Fue mi primer comentario, allá por julio de 2007 al retirarme de la conferencia dada por Piglia en la UDP. Este es uno de los escritores actuales argentinos con mayor reconocimiento.
La decisión de qué elegir me resultó fácil, ya que en los 42 años que siguen a la aparición de su colección de cuentos titulada: La invasión (1967), Piglia sólo publicó dos libros de relatos: Nombre falso (1975) y Prisión perpetua (1988); tres novelas: Respiración artificial (1980), La ciudad ausente (1992) y Plata quemada (1997); y tres libros de ensayo: Crítica y ficción (1986/2000), Formas breves (1999) y El último lector (2005); eso aparte de prólogos, entrevistas, algunas hechas por sí mismo, guiones de cine, y otros textos aparecidos en diversas ediciones y antologías. Opté por leer su primera y su última novelas.
Respiración artificial, escrita en el marco restrictivo de la dictadura argentina, emplea un estilo cifrado para escapar a la censura por medio de metáforas que describen la oscuridad, la incomprensión, el miedo y la incertidumbre de quienes vivían ese período; subtextos que si bien no hablan directamente de esa realidad sí restauran la polifonía de algunas visiones y concepciones que se pretendía mantener acalladas.
Esta novela también puede ser advertida como un relato fragmentario, casi anónimo, de los vencidos que resisten el miedo construyendo interpretaciones alternativas alegóricas. El siguiente es uno de los pasajes más notables al respecto: “Usted leyó El proceso, me dice Tardewski. Kafka supo ver hasta en el detalle más preciso cómo se acumulaba el horror. Esa novela presenta de un modo alucinante el modelo clásico del Estado convertido en instrumento de terror” (p. 210).
En cambio, la novela Plata quemada pertenece al género llamado “novela de no-ficción”, basada en hechos reales e inaugurado por Capote con A sangre fría (1966).
Unos delincuentes: el Gaucho Dorda, Nene Brignone, Malito y el Cuervo Mereles, drogadictos, asesinos fríos, psicóticos, homosexuales, junto a una serie de personajes del bajo fondo bonaerense y a varios políticos y policías, deciden asaltar un banco en San Fernando, provincia de Buenos Aires. Todo resulta más o menos según se previó, pero en la huída los autores materiales del robo deciden traicionar a sus socios y escapar con el dinero.
En Plata quemada, Piglia honra su concepción de la novela policial como espejo social y, en especial, como refractante de la faz oculta del poder del Estado.
Dueño de una prosa ágil y descriptiva, Piglia es una excelente oportunidad para destrabar la incomunicación intelectual existente entre nosotros, los sudamericanos, y que Vicuña Mackenna denunció en 1855 como uno “de los hondos males que nos aquejan”. Luego del fortalecimiento de los lazos de vecindad intelectual logrado por el boom literario, creo que en el último tiempo, y a pesar de la globalización virtual, nos hemos vuelto a ensimismar en el corral de cada uno, deshaciendo los nexos tejidos por Fuentes, Cortázar, Sábato, García Marquez, Donoso, Edwards, Vargas Llosa y tantos otros.
Publicado en Revista Capital N°276 de mayo de 2010 (p. 133).

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