martes, abril 06, 2010

UNA NOVELA TOTAL
  • La Tejedora de coronas, de Germán Espinosa, forma parte de ese género de “relatos monumentales” que llegan a ser un referente para escritores y lectores.

Germán Espinosa, escritor colombiano fallecido –en 2007– a los 69 años, en vida fue opacado injustamente por la popularidad de García Márquez, a pesar de haber sido incluido entre los personajes más destacados del siglo XX en Colombia. Su novela La tejedora de coronas fue galardonada por la Unesco –en 1992– como una “obra representativa de las letras humanas”; y por el Ministerio de la Cultura de Francia –en 2004–, con la Orden de las Artes y de las Letras.

La tejedora de coronas es una novela histórica post realismo mágico, pero influida por él; fue escrita durante doce años; está ambientada en la Cartagena de Indias del siglo XVIII; y su protagonista, Genoveva Alcocer, una bella y apasionada cartagenera nacida hacia 1680, participa en los procesos históricos más relevantes de las metrópolis y las colonias.

Así por ejemplo, de la mano de Voltaire, quien mientras se llamó François Marie Arouet fue su amante, pero que cuando se convirtió en el señor Voltaire dejó de serlo, pululó en torno al movimiento ilustrado y a la masonería; junto a George Washington impulsó el movimiento político que desembocó en la Declaración de Independencia estadounidense de 1776; y conspiró con los criollos que aspiraban a la libertad del Virreinato de Nueva Granada.

Con esos ilustres personajes dialoga, los interroga y cuestiona con una naturalidad asombrosa y sin caer jamás en rigideces académicas.

Diecinueve capítulos (555 páginas) forman esta novela y sólo diecinueve puntos encontramos en ella, pues por puntuación únicamente utiliza comas, constituyendo cada uno de esos capítulos una larga oración que gracias al talento narrativo del autor no resultan nada tediosos de leer.
Se ha clasificado a La Tejedora de coronas indistintamente como novela de ficción, histórica, decimonónica o ensayo filosófico; como confrontación política y humanística y como narrativa del amor y de la soledad.
Semejantes calificativos también han descrito a obras como Bomarzo (1962), del argentino Mujica Láinez, quien hace lo suyo al encarnar el renacimiento europeo en la personalidad maravillosa y multifacética del duque Orsini; y a El nombre de la rosa (1980) de Umberto Eco, que pone en escena la disputa sobre la pobreza apostólica, bajo la conducción del fraile Guillermo de Baskerville.
Si Bomarzo está hecha de muros cubiertos de fantasmas etruscos, manuscritos misteriosos y venenos letales; El nombre de la rosa reconstruye la ideología y la forma de pensar y sentir del siglo XIV a través de una escritura que es mitad crónica medieval y mitad novela policíaca; La tejedora de coronas, en cambio, está hecha de caleidoscopios y de una trama intelectual pero llena de sensualidad y humanismo.
Por desgracia, hace años que la editorial Alfaguara no trae a Chile la obra de Espinosa, lo que es francamente imperdonable.
El reconocimiento mundial de La Tejedora de coronas muestra lo débiles que son los juicios que en muchas ocasiones impone la industria editorial al concentrar la oferta en un universo monótono de grandes éxitos en perjuicio de la riqueza propia de la variedad.

Publicado en Revista Capital N°272 de marzo de 2010 (p. 109).

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