jueves, octubre 01, 2009

UN MUNDO FELIZ

  • La amenaza ya no proviene de las añejas dictaduras del siglo pasado. Como demuestra Aldous Huxley en su famosa novela los enemigos de una sociedad plural están al acecho desde zonas impensadas.
Me aventuré a releer Un mundo feliz, esa novela-ensayo que ya en 1932 empezaba a modelar la placenta que luego sería el sustrato de la sensibilidad hippie y del angelical flower power. Quise verificar si continuaban vigentes los tópicos literarios de las drogas para manipular a las masas, los niños comunitarios para eliminar la individualidad, los estados de trance para instalar doctrinas subliminalmente, el condicionamiento pavloviano para controlar a las personas y la sexualidad puramente erótica, separada de la reproducción y del amor, para maximizar la felicidad. Para ser franco, me embarqué a esta tarea con bastante escepticismo.

La novela desarrolla su trama en un futuro 632 d.F. (año 2540 del calendario cristiano; d.F. = después de Ford), donde las personas son incubadas y predestinadas a pertenecer a un sistema científico de castas, unas más inteligentes y fuertes que otras: Alfa (la élite), Beta (los ejecutores de la voluntad de los Alfa), Gamma (los subalternos), Deltas y Epsilones (destinados a trabajos arduos). Pero todas, entrenadas para ser buenas consumidoras y así fortalecer la economía. Desde su misma concepción, los embriones son clonados y acondicionados a tal propósito. Una vez nacidos, los niños son inducidos durante el sueño (hipnopedia) para convencerlos de las ventajas de pertenecer a ese mundo de castas.

¿Qué razón habría para no estar feliz si todas las necesidades están satisfechas? Incluso en caso de sentirse mal o perder el sentido, el Estado proporciona cuotas ilimitadas de soma: una droga que entrega “todas las ventajas del cristianismo y el alcohol, pero ninguno de sus defectos”.

Todo el planeta está unificado bajo un Estado Mundial, regido por los principios religioso-filosóficos de Henry Ford, y que han dado origen a la Era Fordiana: una utopía moral donde no hay moral alguna.

A diferencia de Orwell, quien fuera el discípulo de Huxley en Eton y que predijo, en su novela 1984, que los individuos serían controlados mediante el dolor, en Un mundo feliz Huxley presagió que lo serían por el placer.
Resultó estimulante releer Un mundo feliz, pues, como en otras ocasiones, en su primera lectura la atención sobre el desenvolvimiento de la trama me hizo restarle relevancia a aspectos en los que ahora detuve mi atención. Por ejemplo, noté que esta novela también puede ser interpretada como un manifiesto humanista. Igualmente, me quedó rondando la posibilidad de que aún hoy se instale la dictadura perfecta profetizada por Huxley. Claro que ya no será la tiranía tosca, a veces eficaz, y siempre feroz, de un Stalin o un Hitler. Ahora la amenaza provendría del intento por estandarizar nuestros modos de vida sin permitir la coexistencia de maneras distintas, como es propio de sociedades plurales. Si ésta se materializa, terminaremos encabezando una de las castas imaginadas por Huxley, pero no la de los pensantes (Alfa), sino con suerte la de los Beta.

Finalmente, fue muy alentador advertir que una literatura que se fuga del rebaño y pavimenta su propia ruta, sin guiños mercantilistas, es capaz de perdurar a través de los años. Así, rabo y orejas para Huxley.

Publicado en Revista Capital N°262 de octubre de 2009 (p. 117).

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