martes, marzo 03, 2009

HUMOR EN TIEMPOS INGRATOS
  • Como dijo un filósofo estoico, si el artista intenta agradar al público, está muerto. Nada más lejos de la intención de Aravind Adiga en su novela Tigre blanco, que golpea al lector mediante la ironía y una ácida mirada a la sociedad india.
Mientras leía Tigre blanco recordé a Osvaldo Soriano, ese argentino autor de A sus plantas rendido un león. ¿La razón? El humor que cruza ambas.
Tigre blanco, escrita por el indo Aravind Adiga (34 años), ganadora en el 2008 del prestigioso premio Booker, equivalente al Goncourt francés, concedido cada año a la mejor novela del Commonwealth, es una obra que diseca a la India bajo un fino y punzante estilete. Esta novela epistolar adquiere forma a lo largo de los siete emails que el protagonista-narrador le envía al Premier chino antes de visitar éste la India. En ellos, se va deshilvanando uno a uno los principales rasgos de la actual sociedad india, con un destacable humor cítrico:
Tengo entendido que ustedes, los hombres de tez amarilla pese a todos sus adelantos en alcantarillado, agua potable y medallas olímpicas, aún no tienen democracia. Un político decía en la radio que por esa razón nosotros vamos a acabar superándolos. Nosotros quizá no tengamos alcantarillando ni agua potable ni medallas olímpicas, pero tenemos democracia (p. 95).
No es primera vez que me pregunto porqué en la literatura chilena se da tan mal la ironía, la agudeza o la chispa. En el último tiempo sólo recuerdo la aproximación a ese tipo de ingenio en la novela del actual ministro de hacienda (Lugares comunes, Editorial Planeta, 2003).
Son pocos los autores chilenos que han empleado el humor como recurso literario idóneo para meditar sobre la corrupción, la violencia política y el momento que les toca vivir. Estoy pensando en Jenaro Prieto (El socio), Enrique Araya (La luna era mi tierra), Baldomero Lillo (Inamible) y Carlos Ruiz Tagle (La revolución en Chile), sobre quienes en otras oportunidades ya me he referido.
Al igual que Adiga y otros autores extranjeros, ellos también fueron diestros al utilizar el humor como recurso literario.
¿Cuál será la causa de esa desavenencia? ¿Anorexia emocional? ¿La pesada herencia hispano colonial? O, más simple, ¿miedo a pasar por frívolo?
Me gusta la literatura que junto con ese condimento humorístico dé puñetazos. Mientras más potentes, mejor. Como lo hace Tigre blanco. Que cueste recuperarse. Al contrario de creaciones donde lo que prima es lo políticamente correcto. O esas otras donde hay demasiada contención. Prefiero el desenfado. Un filósofo estoico, Epicteto, enseñaba a sus discípulos que si el artista intenta agradar al público, está muerto. No tengo duda en que ese griego estaba en la razón. Cuántas veces hemos visto a novelistas intentar reeditar un éxito pasado repitiendo, algunos una y otra vez, una fórmula que les brindó satisfacción. En ese esmero se vuelven fofos.
Sé que en un año electoral rescatar el humor, incluso en la literatura, puede ser una ilusión algo ingenua, pues la escena social será tomada por los torpes blancos y negros... No habrá lugar para matices ni ironías. Así, deberemos recurrir a nuestros ahorros de humor o a libros como Tigre blanco para sobrevivir a lo que se nos viene encima.
Publicado en Revista Capital N°246 de febrero de 2009 (p. 98).

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