- ¡Cómo que no hay una posta entre el periodismo y la literatura!
Vivian Lavín, Héctor Soto y Agustín Squella amplían el género periodístico y se adentran en las posesiones de lo literario con paso firme: En Vuelan las Plumas, Lavín recopiló sus conversaciones con escritores y artistas en el Metro de Santiago; en Una vida crítica, Alberto Fuguet y Christian Ramírez desempolvaron y reunieron las críticas sobre películas que Héctor Soto viene publicando desde La Unión de Valparaíso en el 68; y, por último, en Según pasan los años. Costuras, Squella hace una selección de sus columnas publicadas a partir de la restauración democrática en la página editorial de El Mercurio.
Me sumí en la lectura de esas tres obras con una docilidad sorprendente. Experimenté que departía con esos periodistas-literatos como si estuviera con ellos en una terraza del litoral central en primavera. Ahí, frente a la inmensidad del mar y sin los apuros del mundo actual, sentí que dialogaba por separado con cada uno de ellos, sin interrupciones y cautivado por el incesante ritmo que imprimen a sus entrevistas y columnas. También tiene que haber influido la libertad y espontaneidad con que escriben, sin los colgajos pedantes de otros críticos y columnistas nacionales. Por el contrario, en esas tres obras se agradece la falta de interés por imponer un canon estético. Quizá sea esa ausencia la característica que lleva a Fuguet a decir, en la introducción a Una vida crítica, que lee a Héctor Soto más que para saber si irá o no a ver tal o cual película para discutir con él.
En el respectivo lanzamiento, Agustín Squella renegó que una recopilación como Según pasan… pudiera ser considerada como un género literario autónomo. Yo discrepo.
A mí me parece que la manera como han sido recogidas esas conversaciones y columnas libera a sus escritos de toda futilidad circunstancial y claramente forman parte de un género que se sitúa con colores propios entre las memorias y los diarios personales, entre el ensayo y la crónica. El haber sido ideadas o creadas sin la carga de conformar memorias hechas y derechas, y lo más probable pensando el autor que mañana el papel que las contiene envolverá un congrio en algún terminal pesquero, es una ventaja, pues tiñe de modestia al protagonista, quien raramente se mostrara como una fuerza centrípeta del momento político y cultural que le ha tocado vivir, como es usual en las memorias.
Por su parte, se diferencian del género de los diarios porque si bien esas conversaciones y columnas reflejan el ánimo de cada uno de sus autores, ellas están filtradas por el mayor o menor pudor que genera el hecho de saber que esas conversaciones se realizarán en un espacio público como es la Sala Pablo Neruda de la Estación Quinta Normal del Metro (Vivian Lavín) o que esas reseñas saldrán próximamente impresas en algún matutino o semanario (Soto y Squella).
Este último ha tenido la idea de hilvanar sus columnas con apostillas que ha llamado costuras, donde comenta, interpreta o completa los textos, dándoles una perspectiva temporal y sicológica que supera la transitoriedad propia de la columna de opinión.
En fin, estos tres textos que recomiendo sin reservas muestran que las formas que puede encarnar la literatura están siempre en desarrollo. Espero que usted, tras su lectura, pueda decir como yo que a partir de entonces tiene tres nuevos amigos, pero que a diferencia de los de carne y hueso, ellos sólo le exigirán leerlos con atención e idealmente sin prejuicios.
Publicado en Revista Capital N°234 de agosto de 2008, p. 116.
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