- Philippe Claudel y una novela que ratifica que la línea que separa el bien del mal es feble y difusa.
A pesar de contar con importantes galardones en el mundo literario galo, Phillipe Claudel (45 años) no me decía nada hasta que vi la portada de su novela Almas grises en el mesón de la librería Ulises. Una fotografía de una belleza desoladora muestra un paisaje gris, difuminado por la neblina, en la que un árbol espectral aparece en medio de una superficie anegada por el agua. A través de este descubrimiento fortuito me hice de una novela cuya humanidad sólo había encontrado en autores de la talla de Márai (El último encuentro) o de Schnitzler (Relato soñado).
La acción literaria se desarrolla en un típico ambiente pueblerino francés, a pocos kilómetros del frente de la Primera Guerra, cuyos habitantes no están directamente afectados por el horror del combate, salvo por el tronar de los cañones conformado en la música de fondo de sus vidas. Vislumbro en la asociación entre ese provincianismo y ese incendio exterior una metáfora sobre la deflagración que vive con frecuencia el alma humana. El relato arranca con el inexplicable asesinato de una niña, cuyo cadáver aparece flotando en un canal. No es ésa la única muerte, ni lo más destacado de la obra, pero da pie a que Claudel deambule oliscando los efectos de una desintegración cultural que no se ve, pero que se percibe; mostrando personajes convertidos en estereotipos de la corrupción, la cobardía o la traición. La novela mantiene la intriga hasta el último párrafo, cuando el lector ratificará, de un modo desideologizado, que la línea que separa el bien del mal es mucho más feble y difusa que aquella que trazan los fariseos de siempre. En Almas grises no hay blancos y negros, sino más bien prima la ambigüedad del claroscuro que exhibe el desfile de personajes, míseros y heroicos a la vez. Por lo mismo, no será raro advertir que los culpables son a la vez víctimas.
La escritora argentina Alicia Plante apunta sobre Almas grises: “Quizá lo más notable de este bellísimo libro sea que su autor logra arrancar al crimen –yo agrego también a la guerra– de la sordidez que siempre lo rodea. El misterio que ondula sobre el relato de cabo a rabo excede el mero nivel de los hechos y atañe más bien a lo indecible del alma humana, a honduras inasibles, huidizas como el sentido de la vida, quizás el asunto último de la historia”.
Entre tanta farándula literaria alivia encontrar esta novela corta, publicada en español por Salamandra tras vender trescientos mil ejemplares en Francia y ser traducida a veintitrés idiomas. Almas grises nos reconcilia con nuestro espíritu a pesar de perturbarlo, pues Claudel escribe para un lector adulto al que obliga a extraer su propia interpretación de los hechos y a repensar los efectos de las bombas que van explotando en lontananza, pero que igual arrasan el orden moral imperante. El lector es capturado por la atmósfera creada y transita por los clásicos temas de la buena literatura como son la moralidad de los protagonistas, el entrecruzamiento de los dramas de la vida cotidiana, la dignidad y la maldad individual, en función de la miseria cultural que roe un mundo pacato, rencoroso y en vías de extinción.
Almas grises es una aparente novela policial que diseca la naturaleza humana con la habilidad del experto estilista, y que permitirá a sus lectores veraniegos sobrellevar el peso no siempre grato de los calores y hedores estivales. No la deje pasar.
Publicado en Revista Capital N°220 de diciembre de 2007 (p. 140).
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