miércoles, octubre 03, 2007

CLERICALISMO versus LIBERTAD DE CONCIENCIA

Un revuelo de proporciones originó la columna de Carlos Peña (Cosa de Cardenales, El Mercurio: 30 de septiembre de 2007) que comenta, más bien debería decir que reprueba el encabezamiento por parte del ex-nuncio Angelo Sodano de la misa conmemorativa del natalicio del cardenal Raúl Silva Henríguez, reconocido como el cardenal del pueblo. Que haya sido Peña el que motivó esa reacción pone, por una parte, en relieve el escaso efecto que tienen los restantes medios de comunicación en Chile, pues el día anterior a Peña, el escritor Pablo Azocar publicó en El Mostrador otro artículo “mucho más peludo” sobre cómo la sensación de omnipotencia termina por romper la esclusa del pudor y lleva a extender el límite hasta entonces reconocido al arte del fingimiento.

Desde una perspectiva ciudadana, por otra parte, es interesante registrar los distintos episodios de esta polémica que creo que va mucho más allá de la simple anécdota, pues en ella se hace presente con toda su fuerza el viejo dilema republicano entre el clericalismo y la ciega obediencia a la autoridad vaticana.

Columna de Pablo Azocar: Angelo & Raúl

“Ayer los cocodrilos se vistieron de gala y se sentaron en la mesa. En la nave central de la Catedral de Santiago, con todo su peso emotivo y simbólico, ejecutaron un acto de impostura perfecta. El arte de la diplomacia es el arte de las omisiones, las elipsis y los silencios. No se le puede exigir a un diplomático que diga la verdad y nada más que la verdad, pero sí que no mienta al descampado. Sólo en la erótica narcisista de la omnipotencia, cuando hay una pizca de más de sensación de impunidad, los embajadores pierden las formas. Angelo, un diplomático proprio vaticano con la piel muy gruesa y seca, ayer las perdió todas. Lo que ocurrió en el templo mayor de la iglesia católica chilena fue sencillamente carnicero, bestial.

Angelo, el purpurado que vacacionaba en Bucalemu con Pinochet, el sigiloso operador que fue fotografiado riendo con un ministro del Interior mientras tres sacerdotes eran expulsados del país, presidió ayer el homenaje oficial a su mayor enemigo. Porque eso fueron, y ambos lo sabían, y de esa pugna shakesperiana supieron todos en los pasillos y las parroquias chilenas. Fueron varios los testigos y muchos los autores que han documentado el episodio de mayo de 1983, cuando un humillado Raúl dejó el cargo de arzobispo de Santiago cerrando con un portazo ante las narices impertérritas de Angelo. Cristalizaba allí, físicamente, una lucha sin cuartel de muchos años.

Nacido en 1907, hijo número 16 entre 19 hermanos de una familia talquina de clase media, testigo y protagonista decisivo en la segunda mitad del siglo XX, cabeza simbólica de la iglesia latinoamericana en el Concilio Vaticano II (el gran momento de diálogo de la iglesia con la modernidad: 1962-1965), Raúl vivió el momento crucial de su vida cuando se plantó frente a Pinochet. ¿Dudó? ¿Tuvo miedo? ¿Cuántos chilenos de todos los pelajes, creyentes y no creyentes, le deben la vida? ¿Cuántos rescataron desde las cenizas, con él, su propio coraje? Creador del Comité Pro Paz, de la Vicaría de la Solidaridad, de la Academia de Humanismo Cristiano, de la Pastoral Obrera, de las revistas Análisis y Solidaridad, Raúl fue extorsionado, amenazado de muerte, despojado del cargo de Gran Canciller de la Universidad Católica, tapado de diatribas por las autoridades y por la prensa. Una tarde lloró: cuando a fines de 1973 visitó a los prisioneros en el Estadio Nacional.

Raúl supo muy temprano que tenía un enemigo, y lo dijo y lo repitió en su círculo íntimo. Mientras vivió el Papa Paulo VI, él llevó las de ganar. Cuando irrumpió Juan Pablo II, le llegó la revancha al Nuncio en Chile entre 1978 y 1988, el comisario que espiaba las Conferencias Episcopales y enviaba a Roma informes y listas negras, el clérigo afectado que desde las sombras acabó introduciendo en el Episcopado chileno a una generación completa de jerarcas ultraconservadores, muy inflexibles en lo moral, muy tolerantes con Pinochet (Jorge Medina, Joaquín Matte, Patricio Infante, Javier Prado, Antonio Moreno, Adolfo Rodríguez). Como premio Angelo fue nombrado secretario de Estado, número dos del Vaticano, donde siguió articulando nombramientos obispales (Rafael de la Barra, Cristián Caro, Luis Gleisner, Felipe Bacarreza, Renato Hasche). En Roma se jactaba de seguir ocupándose personalmente de los nombramientos en Chile, comentaría el periodista italiano Italo Moretti, reconocido especialista de asuntos vaticanos, quien contó además cómo algunos años antes Angelo había tratado de sacarse de encima a Raúl pidiéndole a Wojtyla que lo metiera en Roma en algún despacho.

El hombre de la sonrisa belfa tuvo enfrentamientos duros con Raúl. Uno de los principales, según un relato del sacerdote Agustín Cabré, fue cuando Angelo se opuso tenazmente a la mediación papal entre Argentina y Chile, en 1978, en momentos en que estaba a punto de estallar la guerra, con el argumento de que una gestión de esa naturaleza podría dañar el prestigio del Papa. Finalmente sí hubo mediación, y no hubo guerra, y Raúl encogió los hombros cuando le contaron que Angelo después apareció en la prensa como el gran gestor de la mediación triunfante. El truco es conocido. Todavía hoy Angelo tiene fama en Roma de haber sido gran enemigo de Pinochet.

No sé quién habrá inventado la mentira de que tuvimos roces con Raúl, sé que en Chile no hay mentirosos, dijo Angelo, el miércoles, cuando aterrizó en Pudahuel, y ayer, en la Catedral, estuvo flanqueado nada menos que por Jorge Medina, su belicoso mandadero. Conmovido, le agradeció a Francisco Javier Errázuriz la invitación a presidir la ceremonia de celebración de los cien años del nacimiento de Raúl, y se las arregló increíblemente para hacerlo sin mencionar una sola vez la palabra derechos humanos, y todos sonreían, aunque ni sus amigos ni sus enemigos le creyeran ya una sola palabra”.

Columna de Carlos Peña: Cosa de cardenales

“Carecía de las maneras suaves y algo melifluas de los que vinieron después. Y es que en vez de encantador de serpientes, él quería ser un pastor. Por eso era convencionalmente viril y su voz tronaba como la de un profeta. Era robusto, de cara cuadrada y tenía las orejas mansas, como un campesino andaluz. Las cejas gruesas le daban un aspecto severo que desaparecía apenas conversaba con los más pobres y los más humildes.

Raúl Silva Henríquez tenía una fe profundamente intramundana. Pero no en el sentido del Opus.

Él no se conformaba con vivir mediante la ascética del trabajo bien hecho. No. Silva Henríquez estaba incómodo en este mundo y quería cambiarlo, porque, pensaba él, la tarea de los creyentes era acortar la distancia con ese futuro en cuyo acaecimiento creía a pie juntillas. Si la fe le enseñaba que el verdadero reino no era de este mundo, ¿cómo, entonces, podría vivir a sus anchas en él o conformarse sin más con lo que en él ocurría?

Por eso tuvo esa verdadera compulsión por cambiar las cosas. Sin miedo al escándalo.

Con Manuel Larraín decidió entregar las tierras de la Iglesia a las familias de campesinos que trabajaban en ellas. Algún miembro del Cabildo Metropolitano llegó a amenazarlo con la excomunión, y otro -no sería la primera vez- lo acusó de comunista. Pero no se detuvo. Dio así un impulso irresistible a favor de la reforma agraria.

En el Concilio -donde intervino varias veces a nombre de los obispos de Latinoamérica- fue de la opinión que sólo una Iglesia que fuera firme en su identidad, pero a la vez abierta al mundo y en diálogo con él, podría evangelizar a la sociedad moderna. Esa misma opinión fue la que lo llevó a apoyar la reforma de la Universidad Católica: A fines del 67 -diría años después- se abrió uno de los mejores períodos que ha tenido la Universidad.

El papel que tuvo en la reforma -como casi todos los otros que le tocaron en suerte- le acarreó problemas con la derecha y los grupos más conservadores. Los mismos que poco más tarde aplaudirían el golpe, cohonestarían la estadía de los militares en la Universidad y la administrarían con ellos codo a codo ¡le reprocharon a él, sí a él, actuar como interventor en el conflicto!

Fue ya en ese entonces cuando aparece en su vida Angelo Sodano, el mismo que esta semana omitió cualquier referencia al papel público del cardenal Silva y prefirió no asistir a la ceremonia que se realizó en su recuerdo.

Para la época de la reforma, Sodano fue el encargado de negocios de la Nunciatura en Chile. En ese carácter fue quien transmitió a Silva Henríquez la decisión del Vaticano de aceptar la renuncia de Silva Santiago y de nombrar como rector interino a Fernando Castillo Velasco.

Él y Silva Henríquez no pudieron ser más distintos.

Sodano ya entonces era un funcionario de la Curia, un tipo que hacía carrera en el Vaticano, timbraba papeles, transmitía órdenes, se estiraba la sotana, se peinaba con cuidado de galán e influía en los pasillos del poder. Silva Henríquez, en cambio, a pesar de su sentido del poder, se reveló como un pastor que, acicateado por la fe, quería cambiar el mundo. Alguien a quien la praxis -iluminada por su fe- le importaba.

Por eso no fue raro que años más tarde -el año 1977 para ser más precisos- se encontraran en posiciones opuestas. Silva Henríquez como el Cardenal que había recogido despojos, protegido indefensos y formado, a pesar de las iras del General, la Vicaría de la Solidaridad, y Sodano como Nuncio Apostólico, un funcionario diplomático de aire respingado y sentido del poder, cuya suave tolerancia de la dictadura se hizo entonces famosa.

Ambos representan algunas de las contradicciones -los misterios, dirá un creyente- de la Iglesia.

Silva Henríquez, inflamado por la fe y orientado, cuando fue imprescindible, por una estricta ética de la convicción. Sodano, en cambio, el epítome del cálculo y del sentido de estado, capaz de comulgar, si fuera necesario para el poder de la Iglesia, con ruedas de carreta o con algo peor.

Entre ambos esa otra Iglesia, algo desorientada, que hemos conocido en los últimos años.

Después de la preocupación por la praxis que tuvo Silva Henríquez y luego de esa refinada concupiscencia del poder que mostró Sodano, la Iglesia ha trastabillado de allá para acá en el espacio público. Por momentos parece pensar que su papel es la defensa de valores abstractos y jurídicos, sobre todo de orden sexual. En otros -especialmente si se mira a algunas de sus advocaciones o prelaturas- da la impresión de creer que su tarea es la de proveer consuelo a los excesos del consumo. En fin, a veces, como ha ocurrido con el sueldo ético, uno piensa que el fervor por la justicia está en ella de vuelta. Pero uno mira la actitud de Sodano y no, parece que no es eso.

Alguien dirá que en esos vaivenes y en esas ambigüedades se muestra la santidad, y la vocación por mantenerse eterna, de la Iglesia. O la razón de su vejez. O todo eso junto. Vaya uno a saber. En fin. Cosa de cardenales”.

Réplica eclesiástica

“En su comentario dominical, el señor Carlos Peña escribe sobre la Iglesia católica y sus pastores en Chile, como asimismo sobre el cardenal don Raúl Silva Henríquez y el cardenal don Angelo Sodano, actual decano del colegio cardenalicio.

Es fácil desconocer la realidad para construir una imagen ficticia, y disparar dardos contra ella hasta querer destruirla. En tan lamentable entretención no brillan ni el respeto ni la verdad.

Enlodando de paso a los obispos, a la Iglesia católica en general y a la chilena en particular, con cierta erudición pero sin entender la misión de la Iglesia, concentra esta vez sus dardos en la persona del cardenal don Angelo Sodano.

Pues bien, ya el aprecio que la Iglesia le tiene al Papa Juan Pablo II, considerado uno de los Sumos Pontífices más notables de los tiempos modernos, diluye la imagen del cardenal Sodano que el comentarista pretende presentar. El solo hecho de haber nombrado Secretario de Estado al cardenal Sodano, y así de haberle pedido su apoyo como el colaborador más cercano en la conducción de la Iglesia universal en las tareas de todos los días y en las misiones más delicadas, y de haberle mantenido su confianza durante 16 años, le resta toda verosimilitud al cuadro con el cual el columnista lo difama.

Por otra parte, esa caricatura del cardenal que construye el señor Peña, ¿habría sido capaz de realizar las tareas difíciles que le encomendó el Papa Juan Pablo II? ¿Habría tenido la franqueza para escribirle a Fidel Castro el 13 de abril de 2003, pidiéndole clemencia hacia ciudadanos cubanos que habían recibido duras penas, entre ellas la pena capital? ¿Habría criticado públicamente al Primer Ministro de Israel Ariel Sharon, cuando éste amenazó de muerte al Presidente palestino Yasser Arafat? ¿Habría hecho público, contrariando a países poderosos como los Estados Unidos, su firme rechazo a la justificación esgrimida para proceder a una guerra contra Irak, porque se trataría de una guerra preventiva? ¿Habría manifestado su intención de normalizar las relaciones de la Santa Sede con China, llevando alivio a una situación prolongada y discriminatoria sufrida por los católicos fieles al Obispo de Roma? ¿Y qué decir de su tarea en los años de la crisis de los socialismos reales? ¿O de su misión en la guerra de la ex Yugoslavia, o de la tarea de paz asumida por él en guerras fratricidas de África?

Cuando leí el mezquino comentario que escribió don Carlos Peña con motivo del fallecimiento del querido Papa Juan Pablo II, y al leer diversas reflexiones suyas sobre iniciativas de la Iglesia y sus pastores, percibiendo su falta de objetividad y competencia en dichos temas, quise escribirle sólo un comentario: Pastelero, ¡a tus pasteles!”.

Francisco Javier Errázuriz Ossa
Arzobispo de Santiago

(El Mercurio, 2 de octubre de 2007)

Contraofensiva de Carlos Peña

“Francisco Javier Errázuriz Ossa -Arzobispo de Santiago- se indignó con mi última columna. Todo ello porque comparé el afán pastoral de Silva Henríquez con la suave concupiscencia del poder que mostró, durante la dictadura de Pinochet, Sodano.

Errázuriz guarda inexplicable silencio acerca de ese punto. En cambio busca cuadrar las cuentas de Sodano enumerando notas diplomáticas e insinúa que ¡por el hecho de haberlo nombrado Juan Pablo II está más allá de toda crítica!

En fin, me invita a que me ocupe de mis cosas. "Pastelero a tus pasteles", concluye, sin demasiada imaginación, su nota.

Desgraciadamente me veré obligado a desobedecerlo. Una institución que, como ocurre con la Iglesia, pretende ser maestra de moral y esparcir sus creencias por la esfera pública no puede ponerse al margen de la crítica o aspirar a que los ciudadanos la escuchen en silencio”.

(El Mercurio, 2 de octubre de 2007)

Réplica ciudadana

“En el comentario titulado Cosa de cardenales, el columnista Carlos Peña publicó el domingo pasado una especie de diatriba en contra del cardenal Angelo Sodano, invitado a Chile por la Fundación Juan Pablo II.

El cardenal Sodano fue secretario de la Nunciatura y luego Nuncio en Chile, durante 10 años. De regreso a Roma fue designado Secretario de Estado por S.S. Juan Pablo II. Junto con el cardenal Ratzinger, fue uno de sus colaboradores más estrechos.

En el comentario en cuestión es tratado con desprecio como un tipo que hacía carrera en el Vaticano, se estiraba la sotana, y se peinaba con cuidado de galán. Más adelante se le califica de un funcionario diplomático de aire respingado y sentido del poder, cuya suave tolerancia de la dictadura se hizo entonces famosa. Por si lo anterior fuera poco, agrega que Sodano es el epítome del cálculo y del sentido de estado, capaz de comulgar, si fuera necesario para el poder de la Iglesia, con ruedas de carreta o con algo peor.

En forma paralela, el comentarista alaba al Cardenal Arzobispo de Santiago, S.E. Raúl Silva Henríquez, con quien el cardenal Sodano habría tenido una vieja pugna, por lo cual la semana pasada omitió cualquier referencia al papel público del cardenal Silva y prefirió no asistir a la ceremonia que se realizó en su recuerdo.

Sobre estas afirmaciones los suscritos, de los cuales varios somos muy amigos del cardenal Sodano y que iniciamos esta relación cuando era Nuncio en Chile, jamás oímos críticas al cardenal Silva Henríquez, con el cual algunos de nosotros teníamos una relación cordial. Por otra parte, el cardenal Sodano presidió una Misa en la Catedral para recordarlo, lo que omite el señor Peña.

También hay que señalar que el cardenal Sodano visitó en La Moneda a la Presidenta de la República, S.E. Michelle Bachelet, y asistió a un almuerzo en el Ministerio de Relaciones ofrecido por el ministro José Antonio Viera-Gallo en que participaron alrededor de 70 personas, de diversas tendencias, la mayor parte miembros de la Concertación de gobierno, como el ex Presidente Patricio Aylwin y el ex ministro Sergio Bitar.

Finalmente el comentarista critica a la Iglesia, por haber trastabillado de allá para acá en el espacio público. No nos referiremos a este reproche porque no le reconocemos autoridad en el tema y sí mucha odiosidad.

Es lamentable el afán del señor Peña de ofender a una de las personas importantes de la Iglesia, que tuvo una destacada labor, reconocida mundialmente”.

Juan Antonio Álvarez Avendaño, Roberto Angelini Rossi, María Lidia Ariztía Reyes, Enrique Barros Bourie, Ricardo Claro Valdés, Cristóbal Eyzaguirre Baeza, José María Eyzaguirre G., Pablo Granifo Lavín, Luis Grez Jordán, José Tomás Guzmán Dumas, Felipe Joannon Vergara, Rosana Latuf Michelsen, Guillermo Luksic Craig, Arturo Mackenna Iñiguez, Jorge Matetic Riestra, Patricia Matte Larrain, Eliodoro Matte Larrain y Alicia Romo Román.

(El Mercurio, 3 de octubre de 2007).

1 Comentarios:

Blogger Mauricio Mauro Mauriciano dijo...

Creo que calificar la última réplica de "ciudadana" es meter en un saco muy grande a personas que si hubieran sido Perez, Reyes o Silva no les hubieran publicado la carta.

Como dijo Carlos Peña en respuesta a esta carta, solo están "unidos por el poder del dinero".Me sorprende encontrar a Barros suscribiendo la misma. En realidad no.

Demás está decir que si hubo un representante diplomático que no hizo nada por ayudar a perseguidos políticos, sobre todo en los primeros días de la dictadura, fue Sodano.

1:21 p. m.  

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