martes, agosto 14, 2007

A PROPÓSITO DE RELECTURAS

Un joven, Hans Castorp, antes de ingresar a la vida laboral, decide dirigirse desde Hamburgo, su ciudad natal, a Davos Platz, en los Alpes suizos. Su finalidad es visitar a su primo Joaquim Ziessem, afectado de tuberculosis, internado en el sanatorio Bergoff, en la convulsa Europa de inicios del siglo XX.

Así comienza La Montaña Mágica. Sin saber que esa novela había sido catalogada dentro del género de aprendizaje e iniciación, la leí a mis veintidós años por primera vez, cuando me encontraba tal vez viviendo un proceso análogo al de Castorp.

Este verano y tras veintiocho años, me sumergí en su relectura. Aproveché la llegada a Chile de la nueva traducción (editorial Edhasa), que coincidió con el aniversario de los cincuenta años de la muerte del Thomas Mann. La crítica ha dicho que, comparada con otras versiones, la nueva traducción hace sonar más fresca a la novela, como lo es en su idioma original.

La placidez veraniega me permitió ser absorbido por el ritmo de cámara lenta de la obra. Bergoff es un lugar único. Junto con transcurrir la vida sin apremios ni sentido de tiempo, la muerte allí también tiene un sello diferente. Cada vez que fallece un interno, desinfectan la habitación, llega otro que la ocupa, pero siguen las reuniones, las opulentas cenas, los paseos, los cigarrillos… y al final la muerte no es nada, como tampoco lo es el tiempo, sólo es parte del proceso que se vive en la cumbre.

A medida que se acerca el día en que terminaba su visita, Castorp comienza a sentirse mal y cae en un estado febril. El director del sanatorio le aconseja que se quede allí por algún tiempo, a tres mil metros de altura, lejos de la civilización, lejos del mundo de abajo.

Pero su estado febril va más allá de lo corporal. Hans ha conocido a un italiano, Setembrini, masón, hombre de letras, ilustrado, el prototipo del pensador renacentista, a través de quienes Mann nos hace participar en largas conversaciones existencialistas. Hans Castrop bien podría ser uno cualquiera de nosotros.

Así, la Montaña Mágica termina siendo una estación obligada en nuestra vida. Tanto para los protagonistas como para los lectores. En especial porque somos nosotros los que al fin habitamos el sanatorio Bergoff mientras acompañamos a los personajes en sus cambios físicos, en sus nuevas impresiones, en sus recorridos vitales por adueñarse de sus vidas y en sus dificultades para cambiar el tonto aburguesamiento que domina al mundo de abajo. En definitiva, esta novela también obliga a los lectores a explorar caminos que le ayudarán a entender el sentido de la vida.

Pero la novela exige tiempo, pues la narración está llena de momentos muertos en la que la acción se suspende para dar curso a conversaciones que hoy pueden sonar algo eruditas, algunas de ellas de más de cincuenta páginas. No obstante, nunca tuve dudas sobre mi decisión de releerla. ¿O acaso la buena literatura no es siempre un ejercicio de distanciamiento del tráfico mundano?.
(Publicado en Revista Capital N°200, marzo de 2007, p. 128).

1 Comentarios:

Blogger kafkas dijo...

Si a uno le queda gusto a poco al terminar de leer La montaña mágica es posible encontrar todavia la excelente novela de Frederick Tuten, Tintin en el fin del mundo, en la que el personaje de Hergé sostiene dialogos memorables con algunos de los personajes de la novela de Mann.
Esta novela es uno de esos tesoros escondidos que ofrece la literatura todavia y cuando la compre en Amazon fue -como en otras ocasiones- por una recomendación de Susan Sontag.

Cuando pregunte por esta novela en español en Ulises, me dijeron, luego de consultar "el sistema", que la edición en español estaba descontinuada.

Pablo Martínez

12:01 a. m.  

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