ZAMBRA: ¿MESÍAS o ESCRITOR?
- Su trabajo narrativo puede ser advertido como un severo arresto por dotar a sus relatos de una textura abierta, propósito que transforma en cierta medida al lector en autor.
En 2006, nuestro panorama literario vivió un litigio: ¿era Zambra -con Bonsái- el mesías del recambio generacional? En el fervor de esa escaramuza, unos llegaron a asegurar que habría un antes y un después de Bonsái. Por el contrario, otros no dudaron en saltar al cuadrilátero desconociendo tal relevancia. No siempre esas críticas apuntaron a la especificidad de la obra, pues muchas se orientaron a intrascendentes aspectos personales del autor.
En medio de esa infértil riña, leí Bonsái. No me conmovió el experimento de Zambra, como calificó esa novela el escritor peruano Iván Thays. Eché de menos una mayor profundización sicológica. Pero así y todo, cuando menos lo esperaba la atmósfera de Bonsái se me volvía a aparecer.
Este año accedimos a la segunda novela de Zambra: La vida privada de los árboles. En ella, el autor descorrió el velo y mostró que el experimento comenzado con Bonsái formaba parte de un relato mayor. Aún se desconoce la extensión final que tendrá su exploración, pero -en mi opinión- todo indica que ambas novelas se integran en una misma búsqueda literaria, por mucho que La vida privada… sea más melancólica que Bonsái, aunque tan contenida como ésta.
El esfuerzo de Zambra por sólo insinuar en vez de contar una historia cerrada, por omitir antes que decir, está muy logrado y constituye uno de los méritos del conjunto. Al respecto, no hay que olvidar a su alter ego declarando, en La vida privada…, que: A veces la madrugada lo sorprendía barajando retorcidas soluciones para su novela, que no era, con claridad, una novela, sino más bien un libro de recortes o de anotaciones (p. 47); …no es, por fortuna, una novela (p. 51); …son pedazos que sólo después de un esfuerzo enorme podrían constituir una historia, una vida (pp. 102 y 103).
El relato mayor vislumbrado me recuerda a la extraordinaria Irène Némirovsky con su Suite Francesa, obra también inconclusa. Los dos movimientos que conocemos de ese texto están hermanados por una misma tonalidad interna, al igual que Bonsái y La vida privada…, a pesar de que el estilo de Zambra difiere del empleado por Némirovsky.
El trabajo narrativo de Zambra también puede ser advertido como un severo arresto por dotar a sus relatos de una textura abierta, propósito que transforma en cierta medida al lector en autor. Nada más tiránico que esos escritores que no dejan espacios. El público agradece la posibilidad de integrar el texto con sus propias obsesiones, demonios y ángeles. Mientras más campos abiertos existan entre escritor y lector, más podrá éste hacer suya la obra de aquél, haciéndola así más rica y duradera. ¿Acaso no es preferible que existan tantas versiones como lecturas? Relatar la realidad con meticulosidad y sin zonas abiertas jibariza el arte narrativo. Es la existencia misma, descubriendo las posibilidades humanas, lo propio de la ficción. Por ejemplo, ¿tendría el mundo kafkiano la relevancia que ha tenido si diera cuenta de la realidad de una forma exhaustiva y puntillosa?
Me parece que Zambra opta por ser antes que todo un escritor que explora las formas en una búsqueda que persigue desentrañar la condición humana a partir de retazos esenciales y sintomáticos para así -digamos- observar el bosque y no sólo los árboles, y sin pretender travestirse en mesías o paradigma, como claman algunos chamanes criollos.
En medio de esa infértil riña, leí Bonsái. No me conmovió el experimento de Zambra, como calificó esa novela el escritor peruano Iván Thays. Eché de menos una mayor profundización sicológica. Pero así y todo, cuando menos lo esperaba la atmósfera de Bonsái se me volvía a aparecer.
Este año accedimos a la segunda novela de Zambra: La vida privada de los árboles. En ella, el autor descorrió el velo y mostró que el experimento comenzado con Bonsái formaba parte de un relato mayor. Aún se desconoce la extensión final que tendrá su exploración, pero -en mi opinión- todo indica que ambas novelas se integran en una misma búsqueda literaria, por mucho que La vida privada… sea más melancólica que Bonsái, aunque tan contenida como ésta.
El esfuerzo de Zambra por sólo insinuar en vez de contar una historia cerrada, por omitir antes que decir, está muy logrado y constituye uno de los méritos del conjunto. Al respecto, no hay que olvidar a su alter ego declarando, en La vida privada…, que: A veces la madrugada lo sorprendía barajando retorcidas soluciones para su novela, que no era, con claridad, una novela, sino más bien un libro de recortes o de anotaciones (p. 47); …no es, por fortuna, una novela (p. 51); …son pedazos que sólo después de un esfuerzo enorme podrían constituir una historia, una vida (pp. 102 y 103).
El relato mayor vislumbrado me recuerda a la extraordinaria Irène Némirovsky con su Suite Francesa, obra también inconclusa. Los dos movimientos que conocemos de ese texto están hermanados por una misma tonalidad interna, al igual que Bonsái y La vida privada…, a pesar de que el estilo de Zambra difiere del empleado por Némirovsky.
El trabajo narrativo de Zambra también puede ser advertido como un severo arresto por dotar a sus relatos de una textura abierta, propósito que transforma en cierta medida al lector en autor. Nada más tiránico que esos escritores que no dejan espacios. El público agradece la posibilidad de integrar el texto con sus propias obsesiones, demonios y ángeles. Mientras más campos abiertos existan entre escritor y lector, más podrá éste hacer suya la obra de aquél, haciéndola así más rica y duradera. ¿Acaso no es preferible que existan tantas versiones como lecturas? Relatar la realidad con meticulosidad y sin zonas abiertas jibariza el arte narrativo. Es la existencia misma, descubriendo las posibilidades humanas, lo propio de la ficción. Por ejemplo, ¿tendría el mundo kafkiano la relevancia que ha tenido si diera cuenta de la realidad de una forma exhaustiva y puntillosa?
Me parece que Zambra opta por ser antes que todo un escritor que explora las formas en una búsqueda que persigue desentrañar la condición humana a partir de retazos esenciales y sintomáticos para así -digamos- observar el bosque y no sólo los árboles, y sin pretender travestirse en mesías o paradigma, como claman algunos chamanes criollos.
(Publicado en Revista Capital Nº208, julio de 2007).
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