sábado, abril 19, 2008

EL ETERNO GATOPARDO CUMPLE MEDIO SIGLO

  • Si queremos que todo siga como está, es preciso que todo cambie

    Los buenos libros tienen diferentes niveles de lectura. En el primer cincuentenario de El Gatopardo destaco su registro político. A pesar de que ahora descubrí uno que no recordaba de mi primera lectura (a mediados de los 80) como es el erótico, reflejado en frases: “…con la seda de su blusa ceñida sobre sus senos maduros” o “y así, púdica, pero dispuesta a ser poseída, le pareció más hermosa de como jamás la había entrevisto”.

    A través de esta obra publicada póstumamente en 1958, el protagonista narra el final de una época luego del desembarco de Garibaldi en Sicilia (mayo de 1860).

    El Gatopardo, don Fabrizio, comprende que la extinción de su estirpe se acerca y advierte que es el momento en que “los hombres honrados se retiran” con la consecuencia que queda el camino “libre para la gente sin escrúpulos y sin perspectivas”, pero –concluye– que ello es necesario, tal como lo plasma en la imperecedera sentencia gatopardesca: si queremos que todo siga como está, es preciso que todo cambie.

    Por eso no es raro que esta novela sea considerada una precursora del aggiornamiento socialista de, por ejemplo, Tony Blair, Felipe González o, quizá, Ricardo Lagos.

    Es una lástima que de cara a la lucha por quien ocupará la poltrona presidencial de Chile durante el Bicentenario, esta novela no sea materia de estudios y seminarios por parte de nuestros think tank (léase Cep, Cieplan, Expansiva, Giro País o Libertad y Desarrollo).

    No es atractivo advertir a la vertiente concertacionista agarrada a troche y moche de los emblemas de pasados abusos en materia de derechos humanos en función de los sempiternos líderes aliancistas que pululan en la UDI y RN como si nada. No es casual que se haya traído de vuelta al vocero Vidal. Ya le cerró la boca a varios opositores al recordarles ese pasado. Aunque tenga mucho de disco rayado, se cree que a ese limón aún se le puede exprimir las gotas necesarias que en una meta estrecha marquen la diferencia.

    Igual de decepcionante resulta observar a la vertiente aliancista en su majadero discurso pro-desalojo, condimentado con la pimienta de que la corruptela no da para más, sin una agenda concreta de futuro ni imágenes cohesionadoras de ninguna clase.

    Espero que no se confirme la hojarasca que se asoma en algunos municipios opositores, pues se correría el riesgo de que se vuelvan a blandir razones de estado, ese engendro retórico y pomposo al que se le echa mano cuando los argumentos se acaban, para buscar un empate.

    A los actuales actores políticos esos manidos libretos les resultan fáciles de interpretar. Pero con éstos no reencantarán a los ciudadanos (recuérdese que para el plebiscito del 88 el empadronamiento electoral cubrió casi el total del universo posible y que para la última elección de 2005 –presidencial y parlamentaria– sólo un 26,4% de los votantes entre 18 y 29 años se inscribió).

    A veces pienso que la falta de imaginación reflejada en la retórica del establishment político es una acción deliberada para que los 2,5 millones de eventuales votantes no se inscriban y, de ese modo, mantener un statu quo que le resulta confortable. O quizá su falta de creatividad lo ha llevado inconscientemente a optar, como le recordaba don Fabrizio a don Ciccio (el notario de Donnafugata), por “el milenario proverbio que exhorta a preferir un mal ya conocido que un bien no experimentado”.

    Sólo espero que tras la futura elección presidencial no siga todo igual, aunque esté todo cambiado.

    Publicado en Revista Capital N°226, abril de 2008, p. 83.


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