lunes, agosto 02, 2010

PRECARIA DIGNIDAD HUMANA
  • Los ejércitos y Todos los nombres son novelas que fabulan lúcidamente en torno a la lucha individual frente a la cotidianeidad y el poder.
El escritor colombiano Evelio Rosero ganó el Premio Tusquets de 2006 con la novela Los ejércitos, donde aborda la guerra civil que devasta a su país; la rural, no la que se desarrolla en las grandes ciudades. Una aldea limítrofe y selvática, San José, es asolada por los guerrilleros, los paramilitares, las tropas regulares y, al final, hasta por su propia población civil.

Rosero no cae en un aburrido activismo político o en una retórica ética. Aquí no hay prédica. Tampoco recurre a los soportes propios del macro-relato característico de las novelas anteriores al siglo XX. Lo de Rosero es un típico micro-relato adentrado en el drama humano que deviene a los secuestros, a las tomas guerrilleras y a las desapariciones forzadas.

La desconfianza recíproca que día a día e instala entre los habitantes de San José, hasta entonces un pueblo de paz, es de tal magnitud que ningún vecino tiene certeza, al acostarse, de en qué bando amanecerá al día siguiente. Ni cuál será el de sus vecinos. Todo se tuerce, nada es seguro. Los miedos y deseos primarios se liberan. Esta incertidumbre instaura entre padres e hijos, entre maestros y alumnos, una actitud de sospecha que carcomerá todo nexo de sociabilidad en el poblado.

La clave de esta novela es la dignidad humana degradada por el poder, aplacamiento que es representado por Ismael, el protagonista, un anciano profesor jubilado casado con la maravillosa Otilia. La desaparición de ella hace que Ismael opte por quedarse en su soledad diaria, en un San José saqueado y destruido, a la espera del regreso de su mujer, que –a su vez– es símbolo de la precariedad ciudadana ante una guerra que ella poco y nada ha incitado.

En lo formal, la obra destaca por una prosa de extrema belleza, con oraciones bien organizadas y escogidas, al igual que las palabras. El resultado puede costar al principio, pero con el pasar de las páginas se disfruta y agradece.

Recién terminada su lectura recibí la triste noticia de la muerte del extraordinario escritor José Saramago, un anacrónico, pero honesto y valiente ciudadano.

No pude dejar de vincular a Los ejércitos con esa obra monumental del premio Nobel: Todos los nombres, la que narra con igual maestría que Rosero la historia de un individuo, don José, que también lucha por no consumirse en el tedio cotidiano a través de una particular afición secreta: coleccionar datos de gente famosa que recorta de periódicos y que extrae a escondidas de las fichas del Registro Civil. Un buen día, el protagonista tropieza con el expediente de una mujer de treinta y seis años, por completo anónima, que le llama compulsivamente su atención. Entonces comienza una búsqueda desesperada y obsesiva por localizarla sin importarle las infracciones reglamentarias que ello implicara.

Tanto Ismael (Los ejércitos) como don José (Todos los nombres) son individuos enfrentados a un vacío alienante, una sensación de monotonía que adormece sus espíritus y les genera una paulatina desmotivación.

Ambas novelas son historias de amor y humanidad, escenario que a Rosero, al igual que a Saramago, le sirve para fabular sobre la pasiva subversión individual del microcosmo frente a la opresión activa de los poderosos. Así pues vemos que aunque Ismael y don José son personajes retraídos y temerosos, dentro de sí no dudan en desafiar el poder, pero sus pequeños actos de insurrección son insuficientes ante el peso de la noche .

Publicado en Revista Capital N°280 de julio de 2010 (p. 139).

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