lunes, junio 21, 2010

BICENTENARIO TARDÍO
  • La obra de Manuel Vicuña es una interesante manera de aproximarse a un debate republicano pendiente sobre el significado del Bicentenario.
Aunque tardíamente, ya se habla del Bicentenario. Pero creo que todavía sin relatos que desentrañen el sentido de esa celebración ni menos que intenten proyectarla más allá de los respectivos feriados.
En su reciente ensayo-biográfico sobre Benjamín Vicuña Mackenna (Un juez en los infiernos), Manuel Vicuña entrega herramientas que permiten ir supliendo esta carencia.

A través de su ágil trabajo literario nos adentra en el carácter y pensamiento de Vicuña Mackenna (VM), fallecido a los 55 años pero que, dada su trayectoria, deberíamos asumir que murió pasado los 100. Vicuña nos traslada al ambiente cultural que rodeó a la Independencia y al rodaje de sus primeros años. Así, por ejemplo, asigna a los historiadores del siglo XIX la responsabilidad de haber relevado intelectualmente al clero en la nueva era.
Esa hipótesis se complementa con otra que postula que la identidad política liberal triunfó a pesar de la “enfermiza tentación de las abjuraciones políticas tan comunes en nuestra historia” y de las derrotas en las batallas de Lircay (17 de abril de 1830) y Loncomilla (8 de diciembre de 1851), en las que ¬–se recuerda– las fuerzas del progreso (encabezadas por los generales Freire y de la Cruz) fueron vencidas por las fuerzas de la reacción (Prieto-Portales y Montt-Bulnes). Todo ello da, al menos, para réplica.

En el libro también, se muestra a VM en su veta proselitista, transformado en el enemigo de las imposturas liberales; liderazgo que lo obliga a ser candidato a la presidencia en 1875, campaña en la cual pronuncia una veintena de discursos contra la intervención electoral incubada secretamente desde La Moneda y, además, llama a renovar los votos de fidelidad al fervor utópico de la gesta independista.
Asimismo, Vicuña reflexiona en torno a la influencia intelectual que tuvo en los primeros años republicanos la Historia de los girondinos del francés Lamartine, publicada en París en 1847, y que, ya en el verano del año siguiente, fue todo un éxito editorial en Chile. A juicio del autor, su lectura congregaba a los jóvenes liberales criollos a sesiones cívicas en un clima de verdadero recogimiento litúrgico.

Igualmente, la obra del actual decano de la Facultad de Historia de la Universidad Diego Portales destaca las gestiones de VM conducentes a reformar la Constitución de 1833, denostada por éste como un capricho dogmático del jurista reaccionario Mariano Egaña quien, bajo una fachada liberal, consagró un sistema autoritario de facultades extraordinarias y estados de sitio. Para este enfrentamiento, VM fundó –en 1858– el periódico político La Asamblea Constituyente, asimilando una reunión de esa naturaleza al mítico Cabildo de 1810.

Junto a estos brochazos del ambiente intelectual y cultural de la época, la entretenida obra de Vicuña relata episodios fascinantes de la vida de VM. Por ejemplo, su peregrinaje a Bolonia en búsqueda de la tumba del abate Juan Ignacio Molina, incluyendo la apertura de su sepultura y la extracción de uno de los dedos de entre los restos de ese jesuita chileno; y la fuga de VM de la prisión, vestido de mujer, tras ser apresado al sofocarse el levantamiento del 20 de abril de 1851.

Sin duda muchas de las citas destacadas en esta reseña forman parte de un discurso encriptado del autor; estilo literario que le ha permitido relatar episodios que claramente hablan del presente y del futuro al amparo del gran Vicuña Mackenna. Extrapolar esa experiencia al Bicentenario sería un ejercicio no sólo interesante sino, además, muy necesario.
Publicado en Revista Capital N°278 de junio de 2010 (p. 157).

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