viernes, noviembre 30, 2007

CHISTE REPETIDO

• HorseParade una exposición que perdió vitalidad.

Cuando en noviembre de 2005 el barrio El Golf se llenó de caballos de colores, no pasó inadvertida la similitud entre esa exposición y la propuesta artística conocida como CowParade. Pero habría sido absurdo repudiarla sólo por su falta de novedad, más cuando la iniciativa tenía propósitos benéficos.
Por otro lado, en aquella ocasión consideré un avance esa intervención del espacio público con arte urbano, en especial frente a la fructífica relación que podía surgir del trabajo conjunto de artistas con las empresas y el municipio. Hacía realidad la ilusión del manido artefacto del vate Parra: La izquierda y la derecha unidas, jamás serán vencidas

CowParade consiste en una exhibición que hace casi una década pulula por grandes ciudades del mundo, donde artistas locales pintan esculturas de fibra de vidrio, a escala real y con forma de vacas, que se instalan en los principales hitos de cada ciudad. La muestra concluye con una subasta pública cuyas ganancias son donadas a organizaciones sin fines de lucro. Ella ganó renombre internacional tras su paso por Chicago en el 99. Desde entonces ha recorrido una treintena de ciudades.

En cambio, Chile se conformó con un premio de consuelo: el HorseParade del barrio El Golf. ¿Por qué un remedo?
La pregunta es pertinente, pues en 2005 hubo un CowParade en Sao Paulo; en el 2006, otro en Buenos Aires; y hasta hace unos días atrás (26 de noviembre), sus rumiantes protagonistas pastaron en las calles de Río de Janeiro.
Hubo dos intentos –1999 y 2005– de traer CowParade a Chile. Ambos un fiasco, como me contó un incauto creador que creyó en las promesas públicas y privadas desvanecidas al momento de ponerse, dejando a la Fundación María Ayuda con sus arcas vacías. Así nomás. Los organizadores chilenos no fueron capaces de satisfacer los estándares exigidos por CowParade Holdings.
Es injusto que ese pecado deba ser expurgado por algunos santiaguinos al hacernos mamar por tercer año consecutivo un decadente HorseParade.
Decadente, en primer lugar, por su aparente elitismo. Una exposición masiva como ésta no debiera restringirse al barrio El Golf. Debe ser capaz de expandirse –al menos– al centro de la ciudad. De lo contrario, se desperdicia una oportunidad para que todos los capitalinos gocen de un espacio artístico a cielo abierto.
En segundo lugar, la muestra tampoco ha crecido estéticamente. Carece de vitalidad, como si las ciudades no fuesen entes vivos, dinámicos, con iniciativas que florecen y otras que mueren. ¿En qué se diferencian los caballos 2007 de los del año 2006 ó 2005? Los actuales son fríos y su pintura demasiado descuidada. Son casi inexistentes las obras con un significado estético que sugiera algo más allá de su colorinche intervención.
No es posible seguir aspirando a la misma benevolencia que se tuvo en los años 2005-6. Si el próximo año no se estimula más la imaginación del comité creativo del HorseParade, lo más probable es que bajen sustantivamente los benefactores y se pierdan muchos desayunos para la Fundación Las Rozas.

Publicado en Revista Capital N°218 de noviembre de 2007 (p. 144).

viernes, noviembre 23, 2007

ANOREXIA EMOCIONAL

• Creo que pasarán varios años antes de ver el recambio
de liderazgos que la Alianza necesita

Un pétreo sector de la dirigencia política de la Alianza no termina de zafar del pinochetismo. La vez que logró desprenderse de su inhibidora sombra y distanciarse de la dialéctica del SI y NO, estuvo a punto de ganar el sillón presidencial (Lavín versus Lagos). Luego de ese interregno, e inmune a sus derrotas electorales, vuelve a perder toda sintonía con los electores para abrazar con entusiasmo juvenil una estrategia que refleja una preocupante anorexia emocional.

Basta agitar un poco la coctelera del desalojo o de las reminiscencias a la UP para oler un hedor autoritario, ése que bajaba desde los altos del cerro San Cristóbal pisoteando toda la tradición republicana, aunque hubiese sido imperfecta, al son de los sables desenvainándose y de la pesada cadencia del canto de Chacarillas.

Mientras esa dirigencia aliancista no dé un paso al lado, y surja un nuevo liderazgo libre de esas ataduras y espectros, continuará proyectando una imagen autócrata y la Concertación podrá estar tranquila y absorber dos o tres desastres de la magnitud del Transantiago sin que peligre su hegemonía electoral.

No sostengo que la táctica política del desalojo nos devuelva hoy a la disyuntiva entre democracia y dictadura, por mucho que la recuerda. Sería faltar el respecto a los lectores. La cuestión es más sutil que esa fofa caricatura.

A los que crean que exagero, les recuerdo las recientes palabras del senador presidente de la UDI: “Está ocurriendo algo similar a lo de la Unidad Popular en el sentido de los malos resultados y el caos”. Y traigo al ruedo también a otro senador aliancista que pretende arrastrar a RN al lance político con las banderas del desalojo.
Ya sé que no se está promoviendo la vía violenta a La Moneda, ni llamando a la fuerza para que haga la tarea que la Alianza es incapaz de lograr por el carril de la persuasión, pero no me vengan a desconocer que esa referencia a la UP y ese discurso disruptivo no es propio sino que de una cultura pendenciera.

¿Qué hacer?

Me parece inimaginable que el cambio necesario lo implementen los actuales líderes aliancistas. Si no han tenido esa lucidez política antes, no veo porqué la tendrían ahora.

En un mundo ideal el cambio pudo venir desde la cúpula. Efectivamente de haberse instaurado una ley electoral que estableciera un sistema uninominal (se elige un senador y diputado por distrito), como el existente en Australia e Inglaterra, y postulado por intelectuales como Patricio Navia y Álvaro Fischer, estoy seguro que se hubiera removido en forma positiva el marmóreo escenario político. Pero, en la realidad, en el diseño de las instituciones políticas, antes que cualquier concepto republicano, prima la evaluación personal sobre cómo me afecta el nuevo orden.

Entonces, ¿todo seguirá igual?

No quiero recurrir al cliché de que no hay mal que dure cien años, pero creo que pasarán varios antes de ver ese recambio que urge en la Alianza.
Los candidatos presidenciales aliancistas tendrán que seguir compartiendo el podio con unos postulantes a parlamentarios imbuidos del espíritu del desalojo y de las reminiscencias a la UP.
En su esmero por capturar esos puntos porcentuales faltantes que permita acceder al sillón de La Moneda, la simultaneidad de las elecciones presidenciales y congresales continuará desnudando la actual dicotomía aliancista: disruptiva (opción parlamentaria) versus integradora (opción presidencial).
Publicado en Revista Capital Nº214 de octubre de 2007 (p.137)

viernes, noviembre 09, 2007

CONTRACORRIENTE


Franz no claudica su fórmula literaria: antes que nada
apuesta por la palabra y una fluida historia.


Me gusta la literartura de Carlos Franz porque pareciera estar impoluta a los vaivenes de la moda. Su incisiva anterior novela (El desierto) no satisfizo a alguna crítica –la de siempre– porque la encontraron barroca (empalago verbal, la calificó un vate y crítico nacional). Esos guardianes del reino de las letras se quedaron en la forma, que a mí no me estorbó, pero que a ellos los obstruyó para advertir la poderosa voz de Franz, como hace notar Carlos Fuentes en la contratapa de Almuerzo de vampiros, su última novela (Alfaguara, 2007).

En este relato, Franz tampoco ceja en su compromiso con la palabra y reconstruye exitosamente la asfixiante atmósfera de los bajos mundos de la CNI, que en Almuerzo de vampiros se sitúa en el entonces emergente barrio de Isidora Goyenechea, más específicamente en el Bar Oliver, lugar de encuentro de los agentes de esa policía política y otros encumbrados del régimen.

La historia es contada durante una sobremesa en la terraza del restaurante Le Flaubert.
Para su relato, el narrador cuenta con la complicidad de su amigo Zósima, quien muestra sorprendentes conocimientos de diversas lenguas, como descubrimos a partir de un entrevero verbal con un diputado socialista, a la par de socialité, que me hizo pensar que Franz había optado por escribir una novela en clave (roman à clef), pues al gremio literario no le pasará por alto la semejanza entre Zósima y un conocido crítico y editor nacional. Por fortuna en el juego realidad-ficción la literatura se impuso sobre la crónica.

Además en Almuerzo de vampiros, Franz no desperdicia oportunidades para adentrarse también en la crítica social. No hay que olvidar que ésta ha sido siempre una labor ejercida por los escritores. Entre los diversos pasajes de la novela, encontramos a Franz refiriéndose metafóricamente –con humor y certeza– a don Francisco como el reanimador nacional (p. 83) o a la confusión de algunos periódicos entre cultura y espectáculo (p. 179).


No es de sorprenderse que los personajes más humanos y logrados de la novela sean aquellos en apariencia secundarios, como es Vanesa (una prostituta arribista) y el Maestrito (un bufón y hampón perteneciente a la picaresca nocturna, como lo define el mismo vate y crítico). Su acierto radica en que ellos actúan en total concordancia con la atmósfera de los años y lugares en que se desarrolla la novela.

Si bien el relato fluye con libertad por los bajos mundos de la CNI, creo que narraciones como las de Franz, sin quererlo, liberan a quienes, por no estar salpicados directamente con la sangre vertida, aún no son considerados protagonistas llegado el momento de fabular sobre la dictadura. En este sentido, pienso que Franz debería cerrar su saga sobre ese período asumiendo el desafío de adentrarse en una nueva obra que ahonde en la psicología de esos personajes que, al amparo de la doctrina de la seguridad nacional y otros subterfugios, dejaron pulular, si no estimularon, a los responsables materiales de los graves atropellos cometidos contra los derechos humanos.

En fin, en Almuerzo de vampiros el lector se encontrará ante una ficción profunda y emotiva.

Publicado en Revista Capital Nº216 de noviembre de 2007 (p.124)