EXPIACIONES
Aunque algunas de las culpas de los personajes principales de las tres novelas que sintetizaré a continuación (una sudafricana, otra norteamericana y la última belga), son más incomprensibles y absurdas que otras, todas ellas obligan a éstos a mirarse a sí mismos. Esta semejanza se traduce en que esos personajes para expiarlas deben seguir un gradual y doloroso proceso de degradación personal.
Estas historias obligan a los lectores a adentrarse en las esencias del ser humano, como lo hace la buena literatura. Si ese proceso también resulta doloroso, dependerá de su particular sensibilidad.
Por otro lado, estos tres relatos conforman un requisitorio contra el poder y la opresión: ¿hasta qué punto el que pertenece a una minoría debe aceptar esa pertenencia como identidad si es que quiere ser libre?, ésa es otra pregunta que estos libros pueden ayudar a contestar.
Desgracia de J.M. Coetzee (1999):
A los cincuenta y dos años, la muy estructurada vida de un profesor universitario comienza a derrumbarse. Al sorprenderlo su prostituta de siempre hurgando su verdadero nombre, deja de atenderlo. La alumna con que luego inicia un romance, lo acusa de seducción ilícita. Su negativa a disculparse públicamente en la universidad lo transforma en un paria. Abandona la ciudad para visitar a su hija granjera que ha sido violada por un vecino de color. El profesor exculpa a éste y estima que es él quien debe cargar con la responsabilidad de ese ultraje. Así, concluye, podrá purgar sus propias culpas.
Por esta obra, Coetzee recibió el Booker Prize (único escritor que ha ganado este premio británico en dos ocasiones) y, por su trayectoria, supongo, en 2003, el Premio Nobel.
La mancha humana de Philip Roth (2001):
En el verano del 98, otro venerable profesor universitario desliza desaprensivamente durante los primeros días de clase una alusión sobre dos alumnos que nunca han asistido a éstas, preguntándose si ellos tendrían existencia sólida o sólo serían un negro humo. Este inadecuado comentario desata las consecuencias más devastadoras: uno de los alumnos ausentes (que es negro) eleva una protesta que pone en marcha la maquinaria de lo políticamente correcto que tritura tanto la carrera académica como la vida personal del descuidado (¿irónico?) profesor. Paralelamente, se va revelando la mancha humana que ese profesor ha escondido desde su infancia y que lo ha hecho prisionero toda su vida.
Estupor y temblores de Amélie Nothomb (1999):
Esta novela cuenta las andanzas de una joven belga que trabaja en una multinacional japonesa, donde es maltratada. La muchacha vive un forzado getsemaní a raíz de las continuas zancadillas que le pone su jefa inmediata y que la obliga a realizar tareas del todo encontradas con la dignidad humana, como una forma de expiar culpas que estima originadas en su condición de mujer y de extranjera.
Con esta obra, la joven autora belga (37 años) obtuvo, en 1999, el prestigioso Gran Premio de la Academia Francesa y la primera edición del Premio Internet de Francia (que conceden los cibernautas).
La lectura de cualquiera de esas tres novelas, idealmente de todas, ayuda a desprenderse del nihilismo idiota que hoy intenta absorbernos: un buen propósito llegado el momento de iniciar el año labora.
Aunque algunas de las culpas de los personajes principales de las tres novelas que sintetizaré a continuación (una sudafricana, otra norteamericana y la última belga), son más incomprensibles y absurdas que otras, todas ellas obligan a éstos a mirarse a sí mismos. Esta semejanza se traduce en que esos personajes para expiarlas deben seguir un gradual y doloroso proceso de degradación personal.
Estas historias obligan a los lectores a adentrarse en las esencias del ser humano, como lo hace la buena literatura. Si ese proceso también resulta doloroso, dependerá de su particular sensibilidad.
Por otro lado, estos tres relatos conforman un requisitorio contra el poder y la opresión: ¿hasta qué punto el que pertenece a una minoría debe aceptar esa pertenencia como identidad si es que quiere ser libre?, ésa es otra pregunta que estos libros pueden ayudar a contestar.
Desgracia de J.M. Coetzee (1999):
A los cincuenta y dos años, la muy estructurada vida de un profesor universitario comienza a derrumbarse. Al sorprenderlo su prostituta de siempre hurgando su verdadero nombre, deja de atenderlo. La alumna con que luego inicia un romance, lo acusa de seducción ilícita. Su negativa a disculparse públicamente en la universidad lo transforma en un paria. Abandona la ciudad para visitar a su hija granjera que ha sido violada por un vecino de color. El profesor exculpa a éste y estima que es él quien debe cargar con la responsabilidad de ese ultraje. Así, concluye, podrá purgar sus propias culpas.
Por esta obra, Coetzee recibió el Booker Prize (único escritor que ha ganado este premio británico en dos ocasiones) y, por su trayectoria, supongo, en 2003, el Premio Nobel.
La mancha humana de Philip Roth (2001):
En el verano del 98, otro venerable profesor universitario desliza desaprensivamente durante los primeros días de clase una alusión sobre dos alumnos que nunca han asistido a éstas, preguntándose si ellos tendrían existencia sólida o sólo serían un negro humo. Este inadecuado comentario desata las consecuencias más devastadoras: uno de los alumnos ausentes (que es negro) eleva una protesta que pone en marcha la maquinaria de lo políticamente correcto que tritura tanto la carrera académica como la vida personal del descuidado (¿irónico?) profesor. Paralelamente, se va revelando la mancha humana que ese profesor ha escondido desde su infancia y que lo ha hecho prisionero toda su vida.
Estupor y temblores de Amélie Nothomb (1999):
Esta novela cuenta las andanzas de una joven belga que trabaja en una multinacional japonesa, donde es maltratada. La muchacha vive un forzado getsemaní a raíz de las continuas zancadillas que le pone su jefa inmediata y que la obliga a realizar tareas del todo encontradas con la dignidad humana, como una forma de expiar culpas que estima originadas en su condición de mujer y de extranjera.
Con esta obra, la joven autora belga (37 años) obtuvo, en 1999, el prestigioso Gran Premio de la Academia Francesa y la primera edición del Premio Internet de Francia (que conceden los cibernautas).
La lectura de cualquiera de esas tres novelas, idealmente de todas, ayuda a desprenderse del nihilismo idiota que hoy intenta absorbernos: un buen propósito llegado el momento de iniciar el año labora.
(Publicado en Revista Capital, N°128, marzo de 2004, p. 128).
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