KAWABATA: PAÍS DE NIEVE
... y la turba se tomó la televisión. No hubo más espacio en ella para los claroscuros. Se prefirió el cegador brillo de los colores chillones de una farándula procaz, exhibicionista, tan criolla como huasa. Los estelares se llenan de geishas nacionales, incitadas, sin que les cueste mucho, a hablar de sus intimidades públicas. ¡Qué me pueden importar a mí!
Ni el canal católico tuvo voluntad para abstraerse y también cedió al rating que asegura el vómito copular de los protagonistas de la fama.
Cómo se te ocurre que estoy rasgando vestiduras: en beneficio de qué. Sí, en favor de qué me preguntó un amigo al que le expuse mi desazón. Si sigues por esta línea argumental podría pensar que quieres contrabandear con alguna ideología, previno. Ya me basta con la vacía prédica dominical, agregó con su usual, pero aún necesario, anticlericalismo.
No, claro que no, respondí. Ni por un minuto añoro algo que pudiera ser considerado análogo al oscurantismo que por tantos años se opuso a la difusión de las letras.
Estoy pensando en que si optas por erotizarte, entonces deja de lado el porno light de las gemelas y procura al menos una sensualidad que supere tus propios genitales. Lee, por ejemplo, aquellos pasajes extraordinarios donde Shimamura, el protagonista del “País de Nieve”, permite que Kawabata se estremezca al ver la imagen de la joven Yoko, aquella muchacha sentada al otro lado del pasillo del vagón en que viajan, reflejada en su ventanilla.
Fue ese espontáneo destello el que permitió que Shimamura pensara lícitamente en el pecho de la joven y no el escote plástico expuesto con ostentación ante la cámara televisiva. Si el relato hubiera sido así de obvio, nadie, ni mucho menos Shimamura, podría haber sentido la turbación de inexpresable belleza que lo sublimó mientras ese rostro femenino continuó flotando en el paisaje crepuscular tamizado por el cristal.
Desgraciadamente no es esa la sensualidad que gobierna hoy nuestra modesta, aunque popular, televisión, pero -al menos- no olvides que ese otro erotismo también existe y, lo más importante, que es capaz de conmoverte aunque tu papel de lobo no permita reconocerlo en público.
... y la turba se tomó la televisión. No hubo más espacio en ella para los claroscuros. Se prefirió el cegador brillo de los colores chillones de una farándula procaz, exhibicionista, tan criolla como huasa. Los estelares se llenan de geishas nacionales, incitadas, sin que les cueste mucho, a hablar de sus intimidades públicas. ¡Qué me pueden importar a mí!
Ni el canal católico tuvo voluntad para abstraerse y también cedió al rating que asegura el vómito copular de los protagonistas de la fama.
Cómo se te ocurre que estoy rasgando vestiduras: en beneficio de qué. Sí, en favor de qué me preguntó un amigo al que le expuse mi desazón. Si sigues por esta línea argumental podría pensar que quieres contrabandear con alguna ideología, previno. Ya me basta con la vacía prédica dominical, agregó con su usual, pero aún necesario, anticlericalismo.
No, claro que no, respondí. Ni por un minuto añoro algo que pudiera ser considerado análogo al oscurantismo que por tantos años se opuso a la difusión de las letras.
Estoy pensando en que si optas por erotizarte, entonces deja de lado el porno light de las gemelas y procura al menos una sensualidad que supere tus propios genitales. Lee, por ejemplo, aquellos pasajes extraordinarios donde Shimamura, el protagonista del “País de Nieve”, permite que Kawabata se estremezca al ver la imagen de la joven Yoko, aquella muchacha sentada al otro lado del pasillo del vagón en que viajan, reflejada en su ventanilla.
Fue ese espontáneo destello el que permitió que Shimamura pensara lícitamente en el pecho de la joven y no el escote plástico expuesto con ostentación ante la cámara televisiva. Si el relato hubiera sido así de obvio, nadie, ni mucho menos Shimamura, podría haber sentido la turbación de inexpresable belleza que lo sublimó mientras ese rostro femenino continuó flotando en el paisaje crepuscular tamizado por el cristal.
Desgraciadamente no es esa la sensualidad que gobierna hoy nuestra modesta, aunque popular, televisión, pero -al menos- no olvides que ese otro erotismo también existe y, lo más importante, que es capaz de conmoverte aunque tu papel de lobo no permita reconocerlo en público.
(Publicado en Revista Capital, N°110, junio de 2003, p. 128 - bajo el nombre “Sensualidad”).
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