VERA DRAKE: REALISMO VERSUS CINISMO.
La película británica Vera Drake relata la vida de una mujer inglesa de los años 50 que vive con su marido y sus dos hijos. Ella lleva una vida pública en la cual destaca por su sencillez y solidaridad y, en forma paralela, tiene una segunda vida, clandestina, pero igualmente fraternal. En esta última, su filantropía hace que ayude, con ingenuidad si se quiere, a abortar a jóvenes de escasos recursos. Cuando una mujer es hospitalizada, Vera es detenida y procesada, momento en el que su mundo familiar y feliz se derrumba.
El oficio mostrado por el director del filme, Mike Leigh (61 años), para disecar a escala humana las relaciones sociales y debatir sobre el aborto y las diferencias de derechos y posibilidades dependiendo del origen social, es un bálsamo entre tanta película hollywoodense concentrada en explotar hasta el paroxismo los efectos especiales, como si a través de ellos se pudiere escapar del mundo real y concreto (muchas veces poco amigable), sumergiéndose en la alienante fantasía del superhéroe, donde toda epopeya es posible. De tal dimensión es el descarnado realismo, lúcido también, que Leigh pone en movimiento que a los espectadores les resulta imposible no pensar sobre los temas trascendentes que éste escenifica.
La película británica Vera Drake relata la vida de una mujer inglesa de los años 50 que vive con su marido y sus dos hijos. Ella lleva una vida pública en la cual destaca por su sencillez y solidaridad y, en forma paralela, tiene una segunda vida, clandestina, pero igualmente fraternal. En esta última, su filantropía hace que ayude, con ingenuidad si se quiere, a abortar a jóvenes de escasos recursos. Cuando una mujer es hospitalizada, Vera es detenida y procesada, momento en el que su mundo familiar y feliz se derrumba.
El oficio mostrado por el director del filme, Mike Leigh (61 años), para disecar a escala humana las relaciones sociales y debatir sobre el aborto y las diferencias de derechos y posibilidades dependiendo del origen social, es un bálsamo entre tanta película hollywoodense concentrada en explotar hasta el paroxismo los efectos especiales, como si a través de ellos se pudiere escapar del mundo real y concreto (muchas veces poco amigable), sumergiéndose en la alienante fantasía del superhéroe, donde toda epopeya es posible. De tal dimensión es el descarnado realismo, lúcido también, que Leigh pone en movimiento que a los espectadores les resulta imposible no pensar sobre los temas trascendentes que éste escenifica.
El cinismo tampoco escapa del penetrante lente de Leigh, por mucho que se alegue que en este frente el director cae en reduccionismos al contrastar el destino que sufre Vera con el que le espera a la hija de una familia adinerada en una situación análoga. Esta última puede interrumpir impunemente su embarazo amparada en una hipócrita complicidad social, previo pago de informes psiquiátricos que justificarían esa suspensión. No obstante esa suerte de ripio, Leigh supera el test de la blancura de la obviedad al evitar conclusiones superficiales, como podría ser un protagonista pronunciando un discurso patético en contra del aborto o una imagen de un niño corriendo por un paisaje primaveral idílico.
Tampoco está ausente a su inspección social, una feroz crítica a aquellos tribunales que se empecinan en una justicia formal, cuya severidad revitaliza la prevención que nos hace uno de los más grandes tratadistas alemanes en orden a que “un Estado de Derecho debe proteger al individuo no sólo mediante el derecho penal, sino también del derecho penal” (Roxin).
Al recibir el galardón León de Oro a la Mejor Película en el Festival de Venecia, Leigh declaró que “en un mundo escéptico, es algo maravilloso y tranquilizador ver que películas europeas serias, de bajo presupuesto, comprometidas e independientes sean reconocidas”.
Si aún no la ha visto, todavía es tiempo de enmendar su distracción. Estoy seguro que agradecerá esta sugerencia.
(Publicado en Revista Capital, N°164, septiembre de 2005, p. 156).
Tampoco está ausente a su inspección social, una feroz crítica a aquellos tribunales que se empecinan en una justicia formal, cuya severidad revitaliza la prevención que nos hace uno de los más grandes tratadistas alemanes en orden a que “un Estado de Derecho debe proteger al individuo no sólo mediante el derecho penal, sino también del derecho penal” (Roxin).
Al recibir el galardón León de Oro a la Mejor Película en el Festival de Venecia, Leigh declaró que “en un mundo escéptico, es algo maravilloso y tranquilizador ver que películas europeas serias, de bajo presupuesto, comprometidas e independientes sean reconocidas”.
Si aún no la ha visto, todavía es tiempo de enmendar su distracción. Estoy seguro que agradecerá esta sugerencia.
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