MORBOSIDAD LITERARIA
Ante la persistente pregunta cuán autobiográfica es mi primera novela, respondí algo como así: Toda novela tiene elementos autobiográficos. ¡Cómo negarlo! No es casual que Al otro lado esté escrita en primera persona, narrando la vida de Salustiano como si fuera la mía. Hasta ahí, todo bien. Pero agregué: ...como dice Vargas Llosas, sólo los escritores sin imaginación tienen como punto de partida y de llegada su propia vida. Ante esta última prevención, advertí una mueca de desencanto en el rostro de mi interlocutor. Creo que por urbanidad se guardó decirme: ¿Es que no tienes nada interesante que contar?, como de seguro fue su pensamiento.
¿Debí ser más cínico? Total hoy esa actitud no es ni pecado venial. Más aún cuando las fuentes de inspiración de Al otro lado siguen siendo reales por mucho que estén transformadísimas por la ficción: esa novela retrata ambientes muy concretos del Chile de los años 1965, 1983 y 2005.
A pesar de esa ambientación territorial y temporal precisa, necesaria para que la novela y los personajes, en particular su protagonista (Salustiano), tuvieran visos de verosimilitud, concuerdo con Flaubert cuando dice: el autor, en su obra, debe estar como Dios en el universo, presente en todos los sitios y visible en ninguno (Cartas a Louise Colet, Siruela, 1989), pensamiento que actualiza Javier Cercas (La velocidad de la luz, Tusquets, 2005), al aseverar que si el narrador y el autor son uno mismo significa que este último se ha visto obligado a hablar de si, lo que un error literario de magnitud, pues la auténtica literatura nunca revela la personalidad del autor, sino que la oculta.
Estas reflexiones llevan a preguntarme por qué en la actualidad un universo de la literatura expone con tal profundidad las intimidades de sus autores. Antiguamente el desenfrenado exhibicionismo inherente a ese tipo de autobiografías, químicamente puras, habría sido calificado de mal gusto. A tal extremo llega en los tiempos presente esa cultura de ostentación de la intimidad personal, que el otro día no más me sugerían que fuera más impúdico y que respondiera que Salustiano era mi alter ego y que agregara que en esencia Al otro lado era un fiel retrato de mi propia historia. Así, me aseguraban, tendría más éxito (sospecho que quisieron decirme que vendería más, pero que no se atrevieron. Claro, hasta esa roñería tiene límite, a veces).
Ese artificio comercial me resulta una opción estética deplorable: sería como escribir pensando apriorísticamente en satisfacer la morbosidad de algunos (¿muchos?) lectores. Me sentiría enjaulado. A la inversa, en Al otro lado antes que relatar mis confidencias más íntimas, preferí curiosear por las existencias y almas ajenas como si fuese un escrupuloso científico que buscaba desenterrar la naturaleza humana más excelsa antes que empantanarse en la cenagosa exposición de experiencias (o vicios) personales para agradar al mercado o a alguna crítica.
Al recordar las sugerencias de mi interlocutor, vuelvo a sentir el mismo temblor y agitación con que las recibí. Pero también advierto que junto con desdeñarlas logré conciliar una literatura honesta con una personal, sin caer en retorcimientos patológicos.
(Publicado en Revista Capital N°166, octubre de 2005, p. 148).
Ante la persistente pregunta cuán autobiográfica es mi primera novela, respondí algo como así: Toda novela tiene elementos autobiográficos. ¡Cómo negarlo! No es casual que Al otro lado esté escrita en primera persona, narrando la vida de Salustiano como si fuera la mía. Hasta ahí, todo bien. Pero agregué: ...como dice Vargas Llosas, sólo los escritores sin imaginación tienen como punto de partida y de llegada su propia vida. Ante esta última prevención, advertí una mueca de desencanto en el rostro de mi interlocutor. Creo que por urbanidad se guardó decirme: ¿Es que no tienes nada interesante que contar?, como de seguro fue su pensamiento.
¿Debí ser más cínico? Total hoy esa actitud no es ni pecado venial. Más aún cuando las fuentes de inspiración de Al otro lado siguen siendo reales por mucho que estén transformadísimas por la ficción: esa novela retrata ambientes muy concretos del Chile de los años 1965, 1983 y 2005.
A pesar de esa ambientación territorial y temporal precisa, necesaria para que la novela y los personajes, en particular su protagonista (Salustiano), tuvieran visos de verosimilitud, concuerdo con Flaubert cuando dice: el autor, en su obra, debe estar como Dios en el universo, presente en todos los sitios y visible en ninguno (Cartas a Louise Colet, Siruela, 1989), pensamiento que actualiza Javier Cercas (La velocidad de la luz, Tusquets, 2005), al aseverar que si el narrador y el autor son uno mismo significa que este último se ha visto obligado a hablar de si, lo que un error literario de magnitud, pues la auténtica literatura nunca revela la personalidad del autor, sino que la oculta.
Estas reflexiones llevan a preguntarme por qué en la actualidad un universo de la literatura expone con tal profundidad las intimidades de sus autores. Antiguamente el desenfrenado exhibicionismo inherente a ese tipo de autobiografías, químicamente puras, habría sido calificado de mal gusto. A tal extremo llega en los tiempos presente esa cultura de ostentación de la intimidad personal, que el otro día no más me sugerían que fuera más impúdico y que respondiera que Salustiano era mi alter ego y que agregara que en esencia Al otro lado era un fiel retrato de mi propia historia. Así, me aseguraban, tendría más éxito (sospecho que quisieron decirme que vendería más, pero que no se atrevieron. Claro, hasta esa roñería tiene límite, a veces).
Ese artificio comercial me resulta una opción estética deplorable: sería como escribir pensando apriorísticamente en satisfacer la morbosidad de algunos (¿muchos?) lectores. Me sentiría enjaulado. A la inversa, en Al otro lado antes que relatar mis confidencias más íntimas, preferí curiosear por las existencias y almas ajenas como si fuese un escrupuloso científico que buscaba desenterrar la naturaleza humana más excelsa antes que empantanarse en la cenagosa exposición de experiencias (o vicios) personales para agradar al mercado o a alguna crítica.
Al recordar las sugerencias de mi interlocutor, vuelvo a sentir el mismo temblor y agitación con que las recibí. Pero también advierto que junto con desdeñarlas logré conciliar una literatura honesta con una personal, sin caer en retorcimientos patológicos.
(Publicado en Revista Capital N°166, octubre de 2005, p. 148).
2 Comentarios:
Don Correa:
Leímos su novela con detenimiento. Conversamos los pormenores de su trama con esmero. No nos parece una hipérbole ni una imprecisión calificarla de opus humanus.
Buenas noticias cuando lo primordial es eludir el mote de opus dei.
Algunos saludos y sugerencias:
¿El nombre Salustiano es un guiño al realismo mágico que no detesta tanto como fuguet?
¿Por qué él trabaja en la Contraloría? Esperamos que su labor no funcione como equivalente funcional en versión más radical y decadente de la profesión de abogado.
¿Es éste un blog autobiográfico?
Nos despedimos reconociendo que en sentido estricto, somos también nosotros una ONG. Por último, y a medida que el tiempo se acorta y la honestidad se ensancha, nos encanta saber que tiene blog.
No le creas tanto a Vargas Llosa.
Te invito a conocer mi nuevo blog. Hay una crónica abrumadora de Leonidas Andreiev:
blogentero.blogspot.com
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