- La posmodernidad contamina y hasta los galardones literarios estan perdiendo credibilidad. Del Nobel para abajo, que entre paréntesis sigue y sigue perdiendo altura.
Sartre al rechazar el Nobel (1964) manifestó que ese premio desde hace cierto tiempo tiene un color político, y agregó que su aceptación era análogo a ser marcado a fuego con la leyenda: es de los nuestros (Le Nouvel Observateur, 19 de noviembre de 1964).
Con anterioridad, el ruso Borís L. Pasternak (El doctor Zhivago), tras la negativa de las editoriales soviéticas de publicar El doctor..., lanzó esa novela en Italia, lo que le significó ser denunciado como traidor, entre otros por la Unión de Escritores Soviéticos, y amenazado por el Politburó al ostracismo siberiano si no anunciaba públicamente su voluntad de no partir al exilio y, además, de rechazar el Nobel, que se le había concedido (1958).
Cuando la reciente galardonada, la austriaca Elfriede Jelinek, anunció que no irá a Suecia a recibir el Nobel, me dije: ¡esta mujer sí que se las trae! Dado los tiempos que corren no está de más recordar que ese premio asciende a la suma nada de despreciable de 10 millones de coronas suecas (1,3 millones de dólares). Creció mi entusiasmo cuando Jelinek señaló, en la misma entrevista, que siempre había pensado que ese premio se lo darían antes que a ella a su compatriota Thomas Bernhard (El sobrino de Wittgenstein, Anagrama, 1988). Esa referencia me hizo recordar los comentarios de aquel notable narrador, poeta, iconoclasta y autor teatral, tempranamente fallecido: Aceptar un premio no quiere decir otra cosa que dejarse defecar en la cabeza, en especial, porque aquél siempre lo entregan personas incompetentes. Sólo en la mayor necesidad y cuando están amenazadas la vida y la existencia, y únicamente hasta los cuarenta años, se tiene derecho a aceptar un premio que lleva consigo una suma de dinero.
No sé si exagera, pero tanto esas afirmaciones como la otra, también de Bernhard, me han dejado muy pensativo: En los países que los premios dependen de los ministerios, aceptar un premio ya es una perversión, pero aceptar un premio nacional es la mayor de las perversiones.
En Chile, Camilo Marks reconoce que los galardones literarios son una institución cada vez más desprestigiada y que incluso a veces son más bien motivo de deshonra. No debe olvidarse que con ocasión del discernimiento del Premio Nacional de Literatura, en el año 2000 y que benefició a Raúl Zurita, el poeta Miguel Arteche denunció que éste se había transformado en el Premio Nacional de la Política. La malicia atribuida públicamente a la ex-ministra de Educación, al señalar que Armando Uribe jamás lo ganaría mientras ella estuviese al mando de esa cartera, confirma la acusación de Marks. La razón de estado invocada habría sido la publicación por parte de Uribe de una Carta abierta a Patricio Aylwin (Planeta, 1998), que criticaba la política del padre de la ministra.
Estos hechos imponen un decisivo cambio en la conformación del jurado del Premio Nacional de Literatura y que hoy se integra por el Ministro de Educación, el Rector de la Universidad de Chile, un miembro del Consejo de Rectores, un representante de la Academia Chilena de la Lengua y el último galardonado (vale decir, los señores signatarios del poder estatal hacen mayoría).
No podría decir que Raúl Zurita escribió y publicó Poemas militantes (Dolmen, 2000), meses antes de que se discerniera, en conflictivo lance, el Premio Nacional de Literatura del año 2000, pensando en éste, pues el vate, autor entre otras obras de Purgatorio (1979), Anteparaíso (1982), El amor de Chile (1987) y La vida nueva (poema visualizado sobre los cielos de Nueva York, 1994), no necesitaba de ningún abyecto guiño al poder o parecer como el “poeta oficial” para ser distinguido con ese premio. Pero de lo que no tengo dudas es que si la decisión de ese galardón estuviese por completo desvinculada del gobierno habría, al menos, esperado la decisión del jurado antes de publicar el laudatorio Canto XIV, incluido en Poemas militantes, en el cual el Presidente Lagos es entronizado en el Parnaso (residencia de Apolo y de las musas, un lugar privilegiado para la inspiración poética y musical).
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