LAVÍN y EL CONDE MOSCA
En La Cartuja de Parma, Stendhal a través del conde Mosca reproduce la atmósfera moral de la Restauración instaurada por la Santa Alianza en 1815. La lectura de esa obra no sólo es aconsejable por su mérito literario, sino que también por lo modernísimo que resultan los consejos que el conde Mosca da al joven Fabricio a fin de ayudarlo a purgar el grave pecado de haberse unido a Napoleón tras su retorno de la isla de Elba.
Tal como previno a Fabricio para que tuviera éxito en esa tarea, ahora que entraba al seminario de Nápoles, clamándole para que evitara toda asociación a Voltaire, Diderot y a todos esos desquiciados franceses que preconizaban un parlamento bicameral; estoy seguro que si hoy el conde Mosca pudiera transformarse en generalísimo de Lavín, le advertiría sobre los riesgos políticos que enfrenta con sus gestos de solidaridad hacia aquellos civiles que ocuparon cargos políticos durante el gobierno militar y cuyas firmas aparecen en documentos que permitieron la desaparición, relegación y otros horrores de ciudadanos opositores. O bien, cuya incapacidad fiscalizadora permitió que funcionarios subordinados fueran utilizados en labores de seguimiento que terminaron con el asesinato, por ejemplo, de Tucapel Jiménez. O bien, cuya información proporcionada a los organismos de seguridad concluyó con la desaparición de personas, como ocurrió con el investigador de la Universidad Católica Juan Ávalos Davidson.
No sería raro que Lavín refutara al conde Mosca, señalándole que no puede aceptar que se cuestione judicialmente a personas a quienes él reconoce como de probada rectitud moral.
A pesar que esa fidelidad trasunta honestidad, Lavín tiene el infortunio, a la inversa de lo ocurrido en su anterior lance presidencial, que el próximo diciembre habrá elección conjunta de presidente y parlamentarios y que esos civiles pretenden su respaldo político para ganar un sillón en el congreso.
Lavín tiene que desprenderse expresa e inequívocamente de toda asociación a horrores que hibernan en las sentinas de la memoria nacional y que cada cierto tiempo (Informe Valech) es interrumpida, forzada o espontáneamente, con la fuerza del cataclismo.
El test de la blancura sobre si sus gestos de solidaridad tan sólo tienen un carácter humano o también un componente político, será la futura planilla parlamentaria aliancista. Si en ella continúan figurando esos civiles en vez de individuos libres de toda inculpación, política o penal, y Lavín hace campaña junto a ellos, asumirá la responsabilidad política de esos terceros y de pasada, en alguna medida, repondrá en la escena política el dilema del plebiscito del 88.
En La Cartuja de Parma, Stendhal a través del conde Mosca reproduce la atmósfera moral de la Restauración instaurada por la Santa Alianza en 1815. La lectura de esa obra no sólo es aconsejable por su mérito literario, sino que también por lo modernísimo que resultan los consejos que el conde Mosca da al joven Fabricio a fin de ayudarlo a purgar el grave pecado de haberse unido a Napoleón tras su retorno de la isla de Elba.
Tal como previno a Fabricio para que tuviera éxito en esa tarea, ahora que entraba al seminario de Nápoles, clamándole para que evitara toda asociación a Voltaire, Diderot y a todos esos desquiciados franceses que preconizaban un parlamento bicameral; estoy seguro que si hoy el conde Mosca pudiera transformarse en generalísimo de Lavín, le advertiría sobre los riesgos políticos que enfrenta con sus gestos de solidaridad hacia aquellos civiles que ocuparon cargos políticos durante el gobierno militar y cuyas firmas aparecen en documentos que permitieron la desaparición, relegación y otros horrores de ciudadanos opositores. O bien, cuya incapacidad fiscalizadora permitió que funcionarios subordinados fueran utilizados en labores de seguimiento que terminaron con el asesinato, por ejemplo, de Tucapel Jiménez. O bien, cuya información proporcionada a los organismos de seguridad concluyó con la desaparición de personas, como ocurrió con el investigador de la Universidad Católica Juan Ávalos Davidson.
No sería raro que Lavín refutara al conde Mosca, señalándole que no puede aceptar que se cuestione judicialmente a personas a quienes él reconoce como de probada rectitud moral.
A pesar que esa fidelidad trasunta honestidad, Lavín tiene el infortunio, a la inversa de lo ocurrido en su anterior lance presidencial, que el próximo diciembre habrá elección conjunta de presidente y parlamentarios y que esos civiles pretenden su respaldo político para ganar un sillón en el congreso.
Lavín tiene que desprenderse expresa e inequívocamente de toda asociación a horrores que hibernan en las sentinas de la memoria nacional y que cada cierto tiempo (Informe Valech) es interrumpida, forzada o espontáneamente, con la fuerza del cataclismo.
El test de la blancura sobre si sus gestos de solidaridad tan sólo tienen un carácter humano o también un componente político, será la futura planilla parlamentaria aliancista. Si en ella continúan figurando esos civiles en vez de individuos libres de toda inculpación, política o penal, y Lavín hace campaña junto a ellos, asumirá la responsabilidad política de esos terceros y de pasada, en alguna medida, repondrá en la escena política el dilema del plebiscito del 88.
(Publicado en Revista Capital, N°152, marzo de 2005 , p. 112).
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