viernes, marzo 30, 2007

¿DÓNDE SE PERDIÓ LA HISTORIA?
  • La duda es si basta la belleza de la forma para sostener el desarrollo de una novela.

A pesar del oficio desarrollado por Cristián Barros en Tango del viudo (Planeta, 2003) y que por momentos recuerda a Pessoa (Libro del desasosiego) o Saramago (Todos los nombres), su sola encomiable prosa no alcanzó para salvar la novela. Tras leer pausadamente, imposible de otra manera, doscientas treinta y seis páginas, muchas de ellas encandilado, aunque -en más oportunidades que las aconsejables- ayudado del diccionario, y cuando la muerte por inanición caía sobre Tango del viudo, la obra vuelve a emerger. Esta vez de la mano de Annaja O’Riam (dieciocho años: delicada, esquiva e ingenuamente sensual). Las páginas que siguen a la inserción de esta joven y del opiáceo mundo que rodea a sus abuelos, mientras el novel Pablo Neruda (cónsul en Rangún) huye de su amante birmana, Josie Bliss, ni delicada, ni esquiva, ni mucho menos doncella decorosa, estuvieron a punto de consagrar al autor. Sin embargo, ese viento de cola no sopló lo suficiente como para que la narración volara sin contratiempos. Barros se engolosinó tanto con las palabras que olvidó que una novela también debe contar una historia.

En medio de su lectura que avanzaba adelgazando el tiempo al infinito, me pregunté: ¿por qué entonces me sorprendo mirando el reloj y calculando las horas que faltaban para volver a sumirme en sus muchas páginas (según el critico Montañés le sobran más de cien)? Muy sencillo. Estaba atrapado por la curiosidad de descubrir si la forma basta o, si por el contrario, la ausencia de una historia identificable terminaría por fagocitar la novela.

Tras cerrar el libro, recordé que cuando leí Rayuela, veinte años atrás, quedé con una duda análoga. A diferencia de Barros, Cortázar entretuvo al lector obligándolo a ir para atrás y luego para adelante en una especie de juego del tirabuzón, junto con brindarle un relato potente. En aquellos años, fui escéptico de que el tablero de dirección propuesto por Cortázar agregara fuerza o suspenso a su historia.

Pero el solo hecho de que el autor de Tango del viudo me despertara el interés por releer Rayuela basta para que sienta gratitud. ¡Qué gusto haber podido rebobinarme con Maga y su cósmica presencia! Al extremo que pensé si aún sería posible retomar, al menos, algunas de las banderas de los sixties. Concluí que en un mundo como el actual, donde lo exitoso tiende a responder a fórmulas que garantizan su consumo y desecho, deben destacarse esfuerzos como el de Barros, que se atrevió a buscar una estructura formal que se adentrara en territorios literarios más peligrosos, aunque no haya salido victorioso del todo.

(Publicado en Revista Capital, N°112, julio de 2003, p. 158).

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