lunes, abril 09, 2007

CHILE: INSULSO

Entre los años 1973 y 2002, Chile pasó de ser muy pobre a estar en vías de ser rico (el PIB creció en un 328%). Esta evolución ha significado que sectores excluidos del consumo, ahora quieren ponerse al día, aunque sea de un modo bastante grotesco.

Un primer ejemplo. En el barrio Bellavista y en los que circundan las avenidas Italia, Isidora Goyenechea y Nueva Costanera es posible encontrar todo tipo de oferta gastronómica. Puedes comer un sushi, mañana unas pastas al pesto y, el domingo, un valdiviano. Error. Dentro de ese circuito no es fácil conseguir un buen plato chileno. Afortunadamente, me han contado que en la futura sede del Club de la Unión, esa que se construye para los “nuevos socios”, se podrá pedir un valdiviano, ajiaco y, por qué no, unas pantrucas.

Ha llegado a ser tan importante “ser visto” en esos lugares, que los lugareños no trepidan en pagar un sobreprecio para ser también tony de ese circo. ¡Qué importa que la comida y atención por lo general sean malas! Me refutan diciéndome que cómo critico la atención si el mozo trata de “dama” a las señoras.

A mí me gustaría, por el contrario, que el estándar, a modo ilustrativo, fuera el del restorán Jofre (6351927), cuyo chef y dueño, Álvaro Grossi, es una de las excepciones dentro de la siutiquería reinante. ¡Aún recuerdo sus codornices! ¡Ni qué decir del queso de cabra con rúcula! La receta es muy simple: un menú diario (depende de las compras de la mañana), gran calidad y mucha humanidad; en fin, todo al servicio del paladar y del individuo.

Otro ejemplo de insulsez, son los nuevos cementerios. En ellos siempre es primavera. La promoción afirma que así la muerte se nota menos. Pero digamos la verdad: ello no es más que otro espejismo. Las rosas floribundas, dalias enanas y manzanillones; crespones y laureles de flor; espejos y fuentes de agua con sus chorros de varios metros de altura, que los adornan no cambian el hecho de que se está en el negro reino de la muerte.

No es casual que “parque” sea la denominación que reemplazó a “cementerio”. Yo prefiero los jardines funerarios de crudo cemento y viejos adoquines. La treta de encubrir el horror del deceso recurriendo a ese ardid, se asemeja a la utopía de creer que al ser absuelto, uno deja de ser pecador. Todos sabemos que el hedor de nuestros pecados permite seguirnos el rastro.

Tengo la esperanza que ese crecimiento del 328%, en los próximos 30 años sea cultural y así nuestros hijos y nietos puedan compartir en un ambiente más plural y educado.
(Publicado en Revista Capital, N°116, septiembre de 2003, p. 132).

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