martes, abril 17, 2007

JESÚS BETZ: SIGNO DE LOS TIEMPOS

Esta vez, las marionetas de La Troppa recrean la vida de Jesús Betz, personaje que debe su nombre a que nació un 24 de diciembre. No tiene extremidades, pero sí un corazón que contrarresta esa limitación. A sus 33 años, decide escribirle a su madre para contarle que ha vuelto a la vida tras ser crucificado como vigía en el mástil mayor de un barco ballenero. Sin duda, el viaje que emprende en esa nave tiene algo de iniciático. Arranca en medio de la sangría que le ha provocado la ruptura de su alma y concluye al renacer la esperanza. También aprovecha esa oportunidad para narrarle a su progenitora -quien lo abandonó- que luego de la travesía por el desierto ha encontrado el amor y la felicidad.

Las expectativas provocadas, tanto por sus explícitas similitudes con el otro Jesús como por las anteriores obras estrenadas por el grupo (Pinocchio y Gemelos, entre otras), bastaron para que, parado en la vereda oriente de Matucana 100 y contemplando el soberbio mural de su pandereta, tuviera la certeza que vería el montaje más esperado del año, según alguna crítica.

Tanto fueron los esfuerzos y energías destinadas a lograr ese despliegue técnico y visual de la mayor jerarquía, que no hubo reservas para la tarea de desentrañar los nudos ocultos de su trama. Al final, no encontré las respuestas a las preguntas que me iba formulando a medida que avanzaba la obra. Todo ese fisgoneo con el buen Jesús, que me había abierto la imaginación y la curiosidad, quedó sin resolverse, gracias no a una excesiva austeridad, sino a la simple debilidad del texto.

Así, en medio de las maravillosas imágenes que veía pasar, una tras otra, padecí algunos bostezos que me apresuré a esconder entre mis manos. Pero, al salir de la sala, en los ojos de los espectadores descubrí asombro y admiración. Incluso, a las tres eximias artistas que tenía junto a mi lado, noté que les faltaba el aire. Consulté a una de ellas, a Tatiana, si no le parecía un signo de los tiempos que tras la formidable puesta en escena se dejaran sin solución aquellos nudos ocultos. Respondió que una vez el coreógrafo Hernán Baldrich le había dicho que se aburran no más, cuando ella impugnó la excesiva duración de una de las escenas que se preparaban.

Quizás Baldrich tenga razón, y las obras artísticas más selectas se diferencian de las provenientes de la industria cultural en que el tempo de las primeras exige de un adagio ma non troppo que sumerge al espectador en ese viaje a la interioridad que propone Jesús Betz. Un periplo confuso en su lógica, pero descontaminado de toda farándula.

La Troppa, una vez más, apuesta cien por ciento a lo visual y emocional, sin concesión alguna a la insensible razón. Algo que puede ser su fortaleza, claro, pero también es su debilidad.
(Publicado en Revista Capital, N°120, noviembre de 2003, p. 160).

0 Comentarios:

Publicar un comentario

Suscribirse a Comentarios de la entrada [Atom]

<< Página Principal