lunes, enero 22, 2007

MORBOSIDAD LITERARIA

Ante la persistente pregunta cuán autobiográfica es mi primera novela, respondí algo como así: Toda novela tiene elementos autobiográficos. ¡Cómo negarlo! No es casual que Al otro lado esté escrita en primera persona, narrando la vida de Salustiano como si fuera la mía. Hasta ahí, todo bien. Pero agregué: ...como dice Vargas Llosas, sólo los escritores sin imaginación tienen como punto de partida y de llegada su propia vida. Ante esta última prevención, advertí una mueca de desencanto en el rostro de mi interlocutor. Creo que por urbanidad se guardó decirme: ¿Es que no tienes nada interesante que contar?, como de seguro fue su pensamiento.

¿Debí ser más cínico? Total hoy esa actitud no es ni pecado venial. Más aún cuando las fuentes de inspiración de Al otro lado siguen siendo reales por mucho que estén transformadísimas por la ficción: esa novela retrata ambientes muy concretos del Chile de los años 1965, 1983 y 2005.

A pesar de esa ambientación territorial y temporal precisa, necesaria para que la novela y los personajes, en particular su protagonista (Salustiano), tuvieran visos de verosimilitud, concuerdo con Flaubert cuando dice: el autor, en su obra, debe estar como Dios en el universo, presente en todos los sitios y visible en ninguno (Cartas a Louise Colet, Siruela, 1989), pensamiento que actualiza Javier Cercas (La velocidad de la luz, Tusquets, 2005), al aseverar que si el narrador y el autor son uno mismo significa que este último se ha visto obligado a hablar de si, lo que un error literario de magnitud, pues la auténtica literatura nunca revela la personalidad del autor, sino que la oculta.

Estas reflexiones llevan a preguntarme por qué en la actualidad un universo de la literatura expone con tal profundidad las intimidades de sus autores. Antiguamente el desenfrenado exhibicionismo inherente a ese tipo de autobiografías, químicamente puras, habría sido calificado de mal gusto. A tal extremo llega en los tiempos presente esa cultura de ostentación de la intimidad personal, que el otro día no más me sugerían que fuera más impúdico y que respondiera que Salustiano era mi alter ego y que agregara que en esencia Al otro lado era un fiel retrato de mi propia historia. Así, me aseguraban, tendría más éxito (sospecho que quisieron decirme que vendería más, pero que no se atrevieron. Claro, hasta esa roñería tiene límite, a veces).

Ese artificio comercial me resulta una opción estética deplorable: sería como escribir pensando apriorísticamente en satisfacer la morbosidad de algunos (¿muchos?) lectores. Me sentiría enjaulado. A la inversa, en Al otro lado antes que relatar mis confidencias más íntimas, preferí curiosear por las existencias y almas ajenas como si fuese un escrupuloso científico que buscaba desenterrar la naturaleza humana más excelsa antes que empantanarse en la cenagosa exposición de experiencias (o vicios) personales para agradar al mercado o a alguna crítica.

Al recordar las sugerencias de mi interlocutor, vuelvo a sentir el mismo temblor y agitación con que las recibí. Pero también advierto que junto con desdeñarlas logré conciliar una literatura honesta con una personal, sin caer en retorcimientos patológicos.
(Publicado en Revista Capital N°166, octubre de 2005, p. 148).

miércoles, enero 10, 2007

SERVILISMO CULINARIO

Hoy las guías culinarias conforman un nuevo género literario. Estoy seguro que las europeas Michelin y Gault Millau o la norteamericana Zagat no lograron su autoridad sucumbiendo en obsequiosas calificaciones como las que efectúa ordinariamente la crítica chilena.

Al hacer la siguiente comparación, comprobamos que los chilenos en este ámbito hemos sido al menos ingenuos. La guía Zagat de Nueva York del año 2005 evalúa a casi dos mil restaurantes asignando puntuación en una escala que va desde 0 (mínimo) a 30 (máximo). En la cúspide de ese ranking sólo figuran con 28 puntos, 7 locales (esto es, el 0,36% del total). En cambio, en Chile, la Revista Wikén al explorar una tímida guía con 27 restoranes (en su edición del pasado 30 de septiembre), a 13 les concedió 7 tenedores, el máximo galardón; a 11 les entregó 6 tenedores; y sólo a 3 les adjudicó 5 tenedores. Ninguno fue evaluado con una calificación menor.

¿Será confiable un ranking en que el 48% de los restaurantes tienen 7 tenedores? ¿Con qué parámetros los valoraron? ¿Cuánto influyó la parafernalia decorativa? ¿O peor, el altísimo precio pagado? Algo así debió ocurrir, pues cuando se desembolsan esos valores no resulta fácil reconocer públicamente que se fue víctima de su propio esnobismo y uno, con un afán exculpatorio, dice: ¡qué bueno estuvo! Pero esa actitud, ¿es aceptable en un crítico?

Los gringos son más pragmáticos y honestos. Para evitar confusiones la Zagat, por ejemplo, al igual que otras guías, confieren puntuación independiente a la comida, a la decoración y al servicio, junto con informar el costo. La relación calidad/decoración/servicio está muy presente en el consumidor americano y, además, en USA el precio es verdaderamente un elemento diferenciador. No como en Chile, donde la mayoría de los locales, los buenos y los malos, los feos y los bonitos, los mal y bien atendidos, valen más o menos igual de caro.

De ese modo, en la Zagat, es posible encontrar la comida del Rainbow Room calificada con 19 puntos mientras que su decorado con 27 puntos; y en las páginas anteriores, la comida del Elias Corner con 23 puntos, pero con tan sólo 8 puntos su decoración. De ese modo nadie se equivoca. Los que aspirar a ver y ser vistos tienen la información adecuada, al igual que los que prefieren más bien saborear una buena merienda.

La crítica culinaria chilena debe abandonar su falta de rigor y coraje y, de una vez por todas, especializarse. Así, entablará un diálogo sincero y leal con el lector. Al dejar de lado el atavismo de creer que enjuiciar constituye un acto de deslealtad, se habrá dado un salto significativo en su profesionalización.
(Publicado en Revista Capital, N°168, noviembre de 2005, p. 132).

viernes, enero 05, 2007

CUESTIÓN DE RITMO

Muchas veces te he escuchado exclamar: ¡Cuánta página demás! Si bien es cierto que la economía de palabras y la fluidez del relato contribuyen a capturar al lector, de ahí la importancia de las primeras líneas de toda obra literaria, estarás de acuerdo que si al leer no tienes una predisposición corpórea, temporal y anímica difícilmente podrás, como dice McEwan en Sábado, percibir la vibración de las sílabas alrededor de tu lengua y sentir la fuerza sensorial de la literatura. Tomar un libro cuando tienes que partir en diez minutos excluye todo posible deleite. Hay que avanzar de un tirón con las páginas iniciales, sumergirse en la atmósfera del texto, sensualizarse entre las sutilezas de las palabras, detener el tiempo exterior.

Esta reflexión me lleva a preguntarme si todas las páginas de una obra son imprescindibles. Quizás esta característica sea una aspiración de la novela contemporánea. Pero cuántos episodios y lecturas extraordinarias nos perderíamos si exigiéramos eliminar todo sobrante, definición que en sí ya acarrea un buen dilema.

Muy unido a ese pensamiento está el problema de aquellos autores que empiezan imparables, pero que se desinflan al acabar. Citas a Bolaño en Estrella distante y al propio McEwan en Amor perdurable. Coincido en que ambos textos se desvanecen en su último tercio, pero observó que la presentación que hace Bolaño -a esta altura San Bolaño- en los primeros capítulos, de las hermanas Garmendia y Alberto Ruiz-Tagle, sus protagonistas, resulta cautivante. Asimismo, qué importa que McEwan se desmorone cuando gracias a su prosa pudimos sentir que nosotros también corríamos, junto a cinco labriegos que sí forman parte del libreto, en ayuda de aquel anciano que colgaba de una cuerda de un globo aerostato descontrolado y que estaba a un tris de soltarse y estrellarse en la tierra. ¿No son acaso esas páginas una clase magistral de cómo manejar el ritmo y el suspenso?, sólo comparables con aquellas en que pasamos revista, esta vez de la mano de Urania Cabral, a los favoritos de dictador Trujillo al ir descubriendo las viejas casas que éstos habitaban en el malecón de la capital dominicana (Vargas Llosas: La fiesta del Chivo).

Todos esos ejemplos se refieren a comienzos excepcionales. Quiero finalizar aludiendo a dos novelas, una chilena y otro española, en que pasa justo lo contrario. Cuando las terminé tuve una gran pena. Hubiera querido que continuaran, pues sus personajes y atmósferas se ensanchaban cada vez más. Me refiero a La mujer de mi vida de Carla Guelfenbein y a La velocidad de la luz de Javier Cercas. En ambos textos el lector se va prendiendo a medida que se adentra en el último tercio de la obra.

No sé si quedarme con un buen comienzo o con un buen final. Por el momento, continuaré acomodándome en mi desguañangada poltrona sin saltarme ni una página. No vaya a ser que se me escapen algunas líneas admirables si exijo mucha economía en la prosa.
(Publicado en Revista Capital Nº171, diciembre 2005, pág. 28)