miércoles, agosto 20, 2008

FRANZ OBTIENE MEDALLA
  • En estos días de olimpiadas, Chile ha tenido que resignarse a las medallas literarias criollas, en vez de las deportivas que provienen de Beijing (salvo la de plata del Feña González). En particular, las entregadas por el Consejo Nacional del Libro y la Lectura. Como sabrán, el Premio Mejores Obras Literarias, en la categoría novela publicada en 2008, recayó en la obra Almuerzo de Vampiros de Carlos Franz. En su honor posteó la crítica literaria que Carlos Fuentes le efectuó a esa novela en el suplemento literario Babelia del diario El País de España, en su edición del sábado 16 de agosto de 2008:
"Dijo una vez Octavio Paz que la originalidad primero era una imitación. Esta idea sería una contradicción de la noción de "origen" como "principio" o "existencia sin antecedente". En cambio, la palabra "originalidad" significa pensar con independencia o creativamente (diccionario Oxford).

La novela de Carlos Franz Almuerzo de vampiros reconoce algunos temas y obras precedentes. La carátula nos muestra al vampiro de vampiros, Drácula interpretado por Bela Lugosi, en el acto de clavar los dientes en el cuello de una bella adormilada. Hay una referencia a la película de Fritz Lang, M, el vampiro de Düsseldorf. Creo que éstos son inteligentes engaños con los que Franz distrae nuestra atención para sorprendernos con un acto de prestidigitación literaria y política desprevenido.
Estamos en un restorán de Santiago de Chile, el Flaubert, donde el narrador come con un amigo, Zósima, en el Chile de la democracia restaurada. De repente, el narrador descubre, en otra mesa, a un hombre que creía muerto, el "maestrito", una especie de bufón del hampa cuya misión era divertir a los malvivientes que medraban a la sombra de la dictadura de Pinochet, sin pertenecer a ella.
¿Es este hombrecito bufonesco, escuálido, contrahecho, el maestrito de la pandilla de Lucio, el Doc Fernández, la juvenil Vanesa y la Mariscala (porque comía mariscos)? Este primer enigma conduce al narrador a rememorar su juventud en los años de la tiranía como mero apéndice de la banda de rufianes. El narrador se pregunta qué hace en esa compañía, él que es estudiante de día y taxista de noche. Rememora sus años de estudio como joven huérfano y becario en el curso del profesor de humanidades Víctor Polli y la exaltación intelectual de esos años mozos. Pero la promesa implícita se rompe, como se quiebra la vida entera del país y el narrador es succionado al bajo mundo de la trampa, el crimen y la gigantesca broma que lo envuelve todo, dándole a la novela de Franz un doble carácter, repugnante y creador, malsano e imaginativo, que depende, para ser todo esto (y más) de un uso extraordinario del habla popular de Chile, una de las más ricas, huidizas y defensivas de Hispanoamérica.
En esta comedia negra, Franz acude a un lenguaje que es a la vez expresión y disfraz de un propósito: provocar la hilaridad, convertirlo todo en "talla", es decir, en broma descomunal, "una broma que nos hará reír no sólo a nosotros. Que hará reír al país entero. Que transformará toda esta época en un chiste". "La talla", claro, tiene un origen en el ingenio del "roto" chileno, primo hermano del "pelado" mexicano y proveedor tradicional del habla que el narrador llama "cantinfleo": la capacidad de hablar mucho sin decir nada o decir mucho sobre lo que no se habla. Es el "relajo" mexicano, que da la medida de nosotros, como la "talla" la de los chilenos.
En este sentido, Almuerzo con vampiros es una extraordinaria oferta y transfiguración del habla chilena, en la que todo se disfraza verbalmente a veces como disimulo, a veces como agresión, siempre como talla, broma, hilaridad, tomadura de pelo a nivel colectivo. Pololo (novio), Fome (aburrido, letárgico) y siútico (ridículo, cursi) son originales palabras chilenas que aquí se engarzan con los vocablos sexuales que van directo al órgano de la potencia masculina, convirtiéndola en "la palabra más escrita en los muros (y retretes) de Chile": pico (polla en España, pito en México) al grado de que en elecciones libres, "el pico sería elegido como presidente de la república".
Dedo sin uña, cara de haba; en México, "chile": el sexo masculino se convierte en símbolo de la vida y del poder, fantasma privado de la realidad pública, como el "maestrito" arratonado y servil lo es del eminente profesor de humanidades Víctor Polli. Pocas figuras de la miseria humana se comparan, en nuestra literatura, a la de este hombrecito raquítico, Rigoletto del hampa, robachistes, adulador, servil, impotente, el "maestrito" que acaso ha usurpado la persona del "maestro" como el dictador ha usurpado la persona del "poder".

La novela de Franz propone varios enigmas cuya solución depende -o no- de la lectura del lector. ¿Ha confundido el narrador a un esperpento grosero con un humanista "que sabía latín"? Más, ese esperpento, ¿se salva acaso gracias a su vulgaridad misma? ¿Es la ordinariez, al final de cuentas, una forma de supervivencia en una época hoy "indefensa", en el sentido de que nadie la defiende ya, excepto quienes la usurparon?
Carlos Franz no da soluciones fáciles. No es tierno con el pasado. Tampoco lo es con un presente en el que "sólo se premian las ambiciones" y la ciudadela empresarial "se lo traga todo". No hay que preguntar demasiado, concluye el narrador: el silencio fue el agua de esa época y "aun cuando sea un pasado miserable, es el único que tenemos".
No revelo el final de esta hermosa y original obra. Sólo me admiro ante el gran talento literario de Franz y le auguro un gran porvenir. Su anterior novela, El desierto, demostró que es posible crear una novela trágica en un continente melodramático. Almuerzo con vampiros es un libro inclasificable porque al imitar una tradición literaria (Drácula) y una realidad política (Pinochet) da origen a formas de narrar absolutamente únicas, independientes y creativas".

viernes, agosto 08, 2008

UNA TRÍADA DE LUJO

  • ¡Cómo que no hay una posta entre el periodismo y la literatura!

Vivian Lavín, Héctor Soto y Agustín Squella amplían el género periodístico y se adentran en las posesiones de lo literario con paso firme: En Vuelan las Plumas, Lavín recopiló sus conversaciones con escritores y artistas en el Metro de Santiago; en Una vida crítica, Alberto Fuguet y Christian Ramírez desempolvaron y reunieron las críticas sobre películas que Héctor Soto viene publicando desde La Unión de Valparaíso en el 68; y, por último, en Según pasan los años. Costuras, Squella hace una selección de sus columnas publicadas a partir de la restauración democrática en la página editorial de El Mercurio.

Me sumí en la lectura de esas tres obras con una docilidad sorprendente. Experimenté que departía con esos periodistas-literatos como si estuviera con ellos en una terraza del litoral central en primavera. Ahí, frente a la inmensidad del mar y sin los apuros del mundo actual, sentí que dialogaba por separado con cada uno de ellos, sin interrupciones y cautivado por el incesante ritmo que imprimen a sus entrevistas y columnas. También tiene que haber influido la libertad y espontaneidad con que escriben, sin los colgajos pedantes de otros críticos y columnistas nacionales. Por el contrario, en esas tres obras se agradece la falta de interés por imponer un canon estético. Quizá sea esa ausencia la característica que lleva a Fuguet a decir, en la introducción a Una vida crítica, que lee a Héctor Soto más que para saber si irá o no a ver tal o cual película para discutir con él.

En el respectivo lanzamiento, Agustín Squella renegó que una recopilación como Según pasan… pudiera ser considerada como un género literario autónomo. Yo discrepo.

A mí me parece que la manera como han sido recogidas esas conversaciones y columnas libera a sus escritos de toda futilidad circunstancial y claramente forman parte de un género que se sitúa con colores propios entre las memorias y los diarios personales, entre el ensayo y la crónica. El haber sido ideadas o creadas sin la carga de conformar memorias hechas y derechas, y lo más probable pensando el autor que mañana el papel que las contiene envolverá un congrio en algún terminal pesquero, es una ventaja, pues tiñe de modestia al protagonista, quien raramente se mostrara como una fuerza centrípeta del momento político y cultural que le ha tocado vivir, como es usual en las memorias.

Por su parte, se diferencian del género de los diarios porque si bien esas conversaciones y columnas reflejan el ánimo de cada uno de sus autores, ellas están filtradas por el mayor o menor pudor que genera el hecho de saber que esas conversaciones se realizarán en un espacio público como es la Sala Pablo Neruda de la Estación Quinta Normal del Metro (Vivian Lavín) o que esas reseñas saldrán próximamente impresas en algún matutino o semanario (Soto y Squella).

Este último ha tenido la idea de hilvanar sus columnas con apostillas que ha llamado costuras, donde comenta, interpreta o completa los textos, dándoles una perspectiva temporal y sicológica que supera la transitoriedad propia de la columna de opinión.

En fin, estos tres textos que recomiendo sin reservas muestran que las formas que puede encarnar la literatura están siempre en desarrollo. Espero que usted, tras su lectura, pueda decir como yo que a partir de entonces tiene tres nuevos amigos, pero que a diferencia de los de carne y hueso, ellos sólo le exigirán leerlos con atención e idealmente sin prejuicios.

Publicado en Revista Capital N°234 de agosto de 2008, p. 116.