viernes, noviembre 19, 2010

UNA POSTA EXIGENTE
  • La vida doble trata literariamente las consecuencias políticas que se producen cuando la condición humana es sometida a presiones extremas.
En La vida doble no existe Arturo Fontaine. A diferencia de lo ocurrido en Oír su voz, su primera novela (1992), en que éste desoyó la regla de oro de la literaria flaubertiana: “El autor, en su obra, debe estar como Dios en el universo, presente en todas partes y visible en ninguna”. Esa prescindencia es uno de los logros de la obra.

Fontaine toma con decisión el testimonio de esa posta iniciada por Primo Levi en Si esto es un hombre y que continuó Jonathan Littell con Las benévolas, describiendo con maestría y suspenso lo que emerge de lo más recóndito de la condición humana cuando ésta es llevada situaciones de extrema presión.

Para esos a quienes llamábamos fuertes (los nazis), nos dice Littell, los débiles (los judíos) eran vistos como una amenaza que los incita a la violencia y al crimen sin compasión. Aunque la angustia, el temor y las dudas socavan por igual a unos y a otros, hay una esencial diferencia: los débiles, incluso en su infinita fragilidad, están conscientes de esa precariedad y la padecen humildemente, lo que exasperaba a los fuertes.
Por su parte, Fontaine recuerda que en la guerra sucia “los represores no eran monstruos: eran seres humanos. Pero estaban en una situación de impunidad que les permitía que dentro de ellos surgiera el infierno”.

La trama se resume en la historia de Irene, una guerrillera de Hacha Roja detenida por la policía secreta del régimen militar chileno y a quien no logran doblegar, pues estaba adiestrada para resistir la tortura.

Luego de un mes de espantoso tormento (narrado en forma cruda y reiterativa), y ante la frustración de sus victimarios, es dejada en libertad. Pero setenta y un días más tarde vuelve a ser secuestrada.

Esta vez los fuertes conocen su verdadera identidad y le muestran una foto de su hija, Anita, de cinco años, saliendo de la Alianza Francesa. Irene comprende que esa vida está en manos de la represión y para protegerla delata a sus, hasta ese momento, compañeros de lucha y se vuelve una colaboradora entusiasta del régimen. Pero en la redada para detener al máximo cabecilla de Hacha Roja (de nombre de chapa “Hueso”), Irene traiciona a sus recientes amigos y salva al Hueso del horrendo porvenir que lo esperaba en manos de los fuertes. Segundo acto de traición, pero que –a diferencia del anterior– éste la redime.

No comparto la crítica de Patricia Espinosa en cuanto acusa a la novela de Fontaine de “continuar la edificante cruzada de desprecio hacia las mujeres”, las que estarían –según la lectura que esa crítica hace del relato de Fontaine– dispuestas a “ofrecerse al mejor postor y mandar sus valores e ideología al basural con tal de sobrevivir”.

En mi visión, La doble vida es más bien una novela conservadora fundada en la más pura tradición cristiana que hace prevalecer valores como dar la vida por el otro y la posibilidad de redención hasta del peor traidor.

Tampoco veo que el eje de la novela esté en la manida idea de que tanto torturadores como torturados fueron víctimas, como también ha aseverado Espinosa, sino en la real jerarquía que adquieren las convicciones personales al verse enfrentadas con la vida o la muerte de quienes se ama: ante el riesgo de exponer la vida de su hija, las creencias y utopías de la madre pasan a un segundo plano. Su dilema moral se sitúa entre su lucha política y la vida de su hija.

Este dilema es representado usando como protagonista a una madre que, desde una perspectiva ética, se inmola por su hija y que por esa elección paga un costo personal de por vida. Esto no es hacer picadillo a las mujeres, exhibiéndolas como “malas madres”, como leyó Espinosa, sino todo lo contrario.

Habría “cortado rabo y oreja” a favor de Fontaine si la novela no tuviera detalles como esos de la mermelada de naranja en las tostadas, la autodefinición de regia de Irene y el jabón de verbena que usa, que restan credibilidad a la heroína e interrumpen la complicidad del lector con el relato .

P.D: Desgraciadamente, la revista Capital editó esa columna, eliminando toda referencia a la crítica del LUN Patricia Espinosa (lo excluido lo destaqué en amarillo). Si hubiese sido consultado no la habría publicado o, al menos, la habría rehecho. No entiendo aquella epidemia versallesca que se ha incoado en la vida chilena y que tanto teme a la polémica. Lo que es yo, no soportaría escribir o decir que “alguna crítica ha dicho” u otra tibieza de esa naturaleza para así estar acorde con la pusilanimidad criolla. También encuentro absurdo hablar o escribir como si yo fuese el primero o el único en referirme a un tema. Yo soy frontal y así me gusta respirar.

Publicado en Revista Capital N°289 de noviembre de 2010 (p. 185).