viernes, abril 23, 2010

UN ESCRITOR MULTIFACÉTICO Y EXCEPCIONAL

  • Ursúa y El país de la canela son las dos primeras novelas de una trilogía de largo alcance e inusual calidad literaria.
Gracias a sus ojos de poeta y esmerado lenguaje, William Ospina (56 años) confiere a los sucesos históricos un carácter de epopeya literaria, entregando verdaderos testimonios dramáticos de la conquista de América y descripciones tan vívidas que mientras uno lee interactúa entre esos parajes y protagonistas remotos con una naturalidad sorprendente.
En la portentosa novela Ursúa (2005), con la que inaugura su trilogía sobre el tema, relata la azarosa vida de Pedro de Ursúa, conquistador español que recorrió el Virreinato de Nueva Granada (hoy, en esencia, Colombia, Ecuador, Panamá y Venezuela) luchando en crueles batallas para mantener la unidad de la Corona.
Luego viene El país de la canela, novela que le valió a Ospina el Premio Rómulo Gallegos del 2009. Está centrada en la expedición organizada para extraer de tierras aún ignotas esa especie tan valiosa como el oro del Cuzco y que, como vía de escape, terminó descubriendo y recorriendo por primera vez el río Amazonas.
Cerrará esta trilogía la novela La serpiente sin ojos, anunciada para el 2011. El autor también ha obtenido, en Colombia, el Premio Nacional de Ensayo (1982) y el Premio Nacional de Poesía (1992). Así, vemos que se está ante un prolífico escritor que domina indistintamente tres géneros literarios, además del periodístico, mostrando que es un autor multifacético y excepcional.
Junto con retratar la conquista y colonia del continente americano, las obras publicadas hasta ahora conforman un acabado estudio histórico, claramente revisionista, cuya visión es que lo más salvaje de la conquista española fueron los hombres europeos: “capaces de torcer ríos y decapitar cordilleras, de hacer retroceder las mareas y de reducir a cenizas sin dolor las ciudades”.
No se piense que Ospina cae en una apología idílica de los nativos a imagen del “buen salvaje” de Rousseau, para quien –como sabemos– el paso al estado de sociedad volvió a los hombres seres menos felices, menos libres y menos buenos. Ambas novelas tienen un carácter claramente post-colonialista y por lo mismo están lejos de explotar el arquetipo de la trillada dicotomía hispanismo versus indigenismo.
No obstante, en mi opinión el mérito de estos libros está en la forma en que ahondan en las contradicciones de la naturaleza del hombre enfrentado a un desafío como la conquista, que es perfectamente extrapolable a otros que pudieren presentarse en nuestros días.
El propio Ospina ha dicho que con esta trilogía persigue reflejar la historia de los conquistadores españoles llegados al nuevo continente no sólo empujados por la codicia y la avaricia, sino también por las leyendas que aseguraban que aquí, en América, podían encontrar sirenas, centauros, gigantes, enanos y amazonas.
También Ursúa y El país de la canela son un buen pretexto para repensar los conflictos propios de los choques culturales y de la relevancia del respeto a la diversidad.
Tal vez todas estas características llevaron al escritor colombiano Fernando Vallejo a sentenciar: “No sé de nadie que esté escribiendo hoy en día en español una prosa tan rica, tan inspirada y tan espléndida como la de William Ospina”, concluyendo en que se “ha convertido en uno de los mejores escritores de Colombia y del idioma”; juicios que comparto plenamente.

Publicado en Revista Capital N°274 de abril de 2010 (p. 121).

martes, abril 06, 2010

UNA NOVELA TOTAL
  • La Tejedora de coronas, de Germán Espinosa, forma parte de ese género de “relatos monumentales” que llegan a ser un referente para escritores y lectores.

Germán Espinosa, escritor colombiano fallecido –en 2007– a los 69 años, en vida fue opacado injustamente por la popularidad de García Márquez, a pesar de haber sido incluido entre los personajes más destacados del siglo XX en Colombia. Su novela La tejedora de coronas fue galardonada por la Unesco –en 1992– como una “obra representativa de las letras humanas”; y por el Ministerio de la Cultura de Francia –en 2004–, con la Orden de las Artes y de las Letras.

La tejedora de coronas es una novela histórica post realismo mágico, pero influida por él; fue escrita durante doce años; está ambientada en la Cartagena de Indias del siglo XVIII; y su protagonista, Genoveva Alcocer, una bella y apasionada cartagenera nacida hacia 1680, participa en los procesos históricos más relevantes de las metrópolis y las colonias.

Así por ejemplo, de la mano de Voltaire, quien mientras se llamó François Marie Arouet fue su amante, pero que cuando se convirtió en el señor Voltaire dejó de serlo, pululó en torno al movimiento ilustrado y a la masonería; junto a George Washington impulsó el movimiento político que desembocó en la Declaración de Independencia estadounidense de 1776; y conspiró con los criollos que aspiraban a la libertad del Virreinato de Nueva Granada.

Con esos ilustres personajes dialoga, los interroga y cuestiona con una naturalidad asombrosa y sin caer jamás en rigideces académicas.

Diecinueve capítulos (555 páginas) forman esta novela y sólo diecinueve puntos encontramos en ella, pues por puntuación únicamente utiliza comas, constituyendo cada uno de esos capítulos una larga oración que gracias al talento narrativo del autor no resultan nada tediosos de leer.
Se ha clasificado a La Tejedora de coronas indistintamente como novela de ficción, histórica, decimonónica o ensayo filosófico; como confrontación política y humanística y como narrativa del amor y de la soledad.
Semejantes calificativos también han descrito a obras como Bomarzo (1962), del argentino Mujica Láinez, quien hace lo suyo al encarnar el renacimiento europeo en la personalidad maravillosa y multifacética del duque Orsini; y a El nombre de la rosa (1980) de Umberto Eco, que pone en escena la disputa sobre la pobreza apostólica, bajo la conducción del fraile Guillermo de Baskerville.
Si Bomarzo está hecha de muros cubiertos de fantasmas etruscos, manuscritos misteriosos y venenos letales; El nombre de la rosa reconstruye la ideología y la forma de pensar y sentir del siglo XIV a través de una escritura que es mitad crónica medieval y mitad novela policíaca; La tejedora de coronas, en cambio, está hecha de caleidoscopios y de una trama intelectual pero llena de sensualidad y humanismo.
Por desgracia, hace años que la editorial Alfaguara no trae a Chile la obra de Espinosa, lo que es francamente imperdonable.
El reconocimiento mundial de La Tejedora de coronas muestra lo débiles que son los juicios que en muchas ocasiones impone la industria editorial al concentrar la oferta en un universo monótono de grandes éxitos en perjuicio de la riqueza propia de la variedad.

Publicado en Revista Capital N°272 de marzo de 2010 (p. 109).