viernes, septiembre 04, 2009

NARRADORES DE AUSCHWITZ
  • Los riesgos de la intolerancia no quedaron enterrados en los campos nazis; hoy se viven con distintos nombres.
Existe una infinidad de películas sobre el exterminio nazi y también muchos relatos, pero Sin destino de Imre Kertész y Si esto es un hombre de Primo Levi, se desmarcan muy por sobre la generalidad de este tipo de creaciones. Esta diferenciación viene dada por el uso de una depurada técnica narrativa caracterizada por un tono distante, sin desgarramientos ni sentimentalismos, como si sus autores no hubiesen sido víctimas de ese horror. Levi advierte que si hubiera recurrido a un lenguaje iracundo, al del vengador, por ejemplo, su testimonio habría perdido credibilidad. El mundo –concluye Levi– debe juzgar por sí mismo “cuánto en Auschwitz ha sido el hombre capaz de hacer con el hombre”.

Primo Levi y György Köves, el joven protagonista de la obra de Kertész (sin duda, su álter ego), recuerdan que para salvarse de la máquina nazi que pretendía convertirlos en animales se parapetaron en lo único que les quedaba: negar su consentimiento y vivir un presente sin recuerdos ni referencias, sin significación. Pero también hacen notar que no todos los Häftling (prisioneros) pudieron asirse a ese salvavidas, pues el alma es mucho más fácil de quebrar que el cuerpo humano.
Luego de su liberación, György y Levi relatan que al intentar recuperar la vida, rellenar sus cuerpos, que estaban vacíos; así como al recordar los nombres de las cosas, el sentido de los espacios y la medida del tiempo, enfrentaron un mundo que buscaba negar la evidencia o, peor, que exigía morbosamente a las víctimas datos precisos sobre lo que habían vivido. Ante cualquier respuesta equívoca, los victimarios relativizaban el martirio, sosegando su conciencia. Así se logró, advierten, que se condenara sólo a los más prominentes nazis, tal como muestra el juicio de Nuremberg; quedando muchos –igualmente responsables– libres de toda sanción judicial o política.

Concluida la guerra fueron pocos los que querían oír sobre las atrocidades, sobre el fanatismo y la maldad que acompañaron a la devastadora experiencia del exterminio. Escasos también fueron los que dieron explícito testimonio del mismo. No hay que olvidar que cuando Primo Levi quiso publicar Si esto es un hombre, en 1947, ningún editor relevante estuvo disponible, salvo una pequeña editorial y que sólo en 1958 logró una segunda edición.

Si bien “la carretera de Auschwitz la construyó el odio, lo cierto es que la pavimentó la indeferencia”, como previene uno de los narradores. A no equivocarse. Es esa misma indeferencia la que, amparada en el silencio de Occidente, ha vuelto a servir de nutriente placenta para la construcción de otros campos, como han sido las recientes limpiezas étnicas de Kosovo, Sierra Leona o Liberia y Osetia del Sur, por nombrar algunas.

Superar el lastre de odio y muerte que traen consigo las limpiezas étnicas, al igual que las religiosas, culturales o políticas, de la cuantía que sean, implica no dejarse abducir por la relativa normalidad que se vive en el resto del planeta mientras esas cosas suceden. De ahí entonces que los relatos de Kertész y Levi, junto con ser actos intrépidos, casi épicos, de resistencia y testimonio, deberían ser permanentemente leídos y releídos para evitar el dudoso conformismo del cliché “ya pasó y nunca más sucederá”.

Al mismo tiempo, resulta gratificante poder detenerse algún instante para observar hasta adónde llega la intolerancia; más aún cuando, podemos tener esa revelación a partir de estas dos extraordinarias y conmovedoras crónicas literarias como son Sin destino y Si esto es un hombre.

Publicado en Revista Capital N°260 de septiembre de 2009 (p. 123).