jueves, julio 09, 2009

LITERATURA UTÓPICA
  • El aplastamiento del individuo por el Estado es una amenaza latente y, por lo mismo, su retrato literario no pierde vigencia.
Un milenio atrás, los sobrevivientes del holocausto mundial se refugiaron en una campana de cristal para protegerse de la naturaleza salvaje e instaurar el Estado Único, gobernado por un omnipotente Bienhechor, que es asistido por guardianes que sugieren mantener las murallas transparentes de los edificios siempre descubiertas para evitar futuros pasos en falso y salvar así al Estado Único, donde los niños nacen en factorías, el sexo está programado y el yo es anulado en favor del nosotros. Desde entonces los salvados de la barbarie de sus antepasados viven felices en esta sociedad estable y uniforme, en la que el Bienhechor define y satisface todas sus necesidades materiales, y donde no existen exigencias espirituales pues a sus ciudadanos se les extirpa la glándula de la fantasía y de ese modo se les evita la ansiedad de querer tener más cosas o ideas.

La misión del Estado Único –postula el Bienhechor– es someter a la razón a los que pueblan los demás planetas, o que deambulan fuera de la campana de cristal, y que se encuentran en un estado incivil de libertad.

Las anteriores son la trama y la escenografía en que se desarrolla la obra Nosotros, escrita en 1920 por Yevgueni Zamiatin.

Todo lector que se acerque a este ruso tras haber leído la novela 1984 de Orwell (1949), advertirá las similitudes: la figura del Estado Único de Zamiatin es sustituida por la del Gran Hermano en Orwell y las Murallas Transparentes producen el mismo efecto de control que la Pantalla en 1984.

A este género distópico (o utopía perversa) también pertenecen Un mundo feliz de Huxley (1932) y Fareinheitt 451 de Bradbury (1953). Y cómo no, La revolución gerencial (1941), relato del norteamericano James Burnham que presagió un futuro dominado por la casta de los tecnócratas y que, pienso, aunque sea inconscientemente, forma parte del sueño de nuestros economistas-servidores públicos.

La novela de Zamiatin es muy recomendable, a pesar de que, en algunos pasajes, el affaire entre D-503 y una femme fatale, reconocida como I-330, desvía innecesariamente el interés del lector desde el mundo totalitario narrado a este idilio tan insípido como subversivo. El gran acierto de este autor ruso fue anticipar lo miserable que pueden llegar a ser los estados y lo poco que pueden llegar a valer en ellos los individuos.

La amenaza retratada en Nosotros sigue vigente. No es malo darse cuenta de esa coacción ahora que se cumplen veinte años desde la caída del Muro de Berlín (9 y 10 de noviembre de 1989), desplome que trajo aparejado el fin del régimen que hiciera meditar amargamente a Zamiatin sobre la conversión del hombre en número. Aunque de distinto signo político, y por mucho que la excusa ya no sea la productividad o subsistencia del Estado, no hay cómo negar que el ultimátum de la macroeconomía y la globalización cultural ha sustituido a la intimidación anterior.

Nosotros es un libro apropiado para quien quiera disfrutar de la literatura como escalpelo de nuestra propia realidad, pero también es interesante porque nos pone en alerta ante la fofa hegemonía de cierto pensamiento imperante que identifica capitalismo con libertad y socialismo con arbitrariedad.

Publicado en Revista Capital N°256 de julio de 2009 (p. 115).