viernes, junio 12, 2009

DEVELANDO LA NATURALEZA HUMANA
  • Antes que los tecnicismos formales, en las obras literarias lo que debe perdurar son las emociones. Así, sucede en la obra de la francesa Muriel Barbery.

A través de una prosa fresca y mordaz, Muriel Barbery (40 años, nacida en Marruecos y radicada a corto andar en Francia y que, tras su actual reconocimiento, reside en Japón) nos adentra en la vida de tres personajes entrañables que pululan en La elegancia del erizo (Seix Barral, 2008). Esta novela hace ir de la risa al llanto. Te tironean hacia uno u otro lado las hilarantes o sesudas reflexiones sobre la soledad, los arquetipos, la cultura, el sentido de la vida, el absurdo del día a día, la literatura, la utilidad de la psiquiatría, que van exponiendo Renée Michel, una mujer cincuentenaria, portera de un edificio en el elegante quartier Saint-Germain-des-Près, o Paloma, una auténtica superdotada de doce años y una precocidad sorprendente, hija de un diputado socialista y de una sofisticada lectora de Balzac y Flaubert.

Renée y Paloma viven en un mismo edificio, pero están separadas por condicionamientos culturales, etareos y sociales. Gracias al surgimiento del tercer personaje de la novela, Kakuro Uzó, un viudo japonés que llega al vecindario, ellas terminan siendo confidentes.

Especialmente destacable son la maestría y acidez con que son narrados los episodios en que se vuelven locos unos encopetados vecinos franchutes, muy poco acostumbrados a experimentar cambios en sus consolidadas vidas burguesas, al aparecer en escena el señor Uzó: recurren a todo su aparente encanto para captar la atención de este nipón que es tenido por una persona acaudalada e influyente. No obstante, el señor Ozú no se deja deslumbrar por el oropel desplegado. Por el contrario, poseedor de un sexto sentido, descubre la grandeza que esconden Renée y Paloma y opta por su amistad.

También subrayo el final de la obra, pues Barbery podría haber elegido un desenlace al estilo de un thriller hollywoodense, pero toma una decisión ingrata, aunque valiente e impecable, por antipática que resulte, que aumenta ostensiblemente la credibilidad de la historia, cuestión que no ocurre en ciertos pasajes en que, por ejemplo, la portera con una mano toma recados y con la otra sujeta un tomo del filósofo Husserl. Pero, ¿son acaso esas incongruencias baches en la literatura? Si pudiéramos consultar a Kafka sobre el particular, tal vez –a modo de respuesta– nos hubiera presentado a Gregorio Samsa.

En fin, estamos frente a una novela sencilla y compleja a la vez. Por lo mismo, me recordó El nombre de la rosa de Umberto Eco: cada lector la leerá según su bagaje cultural, pero todos percibirán su profunda humanidad. Quizá la búsqueda de esa humanidad debería ser uno de los mayores desafíos de un libro, tal como la autora lo plantea al reflexionar sobre lo absurdo de transformar la enseñanza de literatura en una mera identificación de personajes, narradores, tiempos del relato, etcétera, postergando la pregunta esencial: ¿Los conmovió la obra? Es aquella interrogante la que le da sentido al estudio de los puntos de vista narrativos, toda vez que las novelas –nos recuerda Barbery– son escritas para ser leídas y para provocar emociones en el lector (p. 171) y no para aburrir con tecnicismos a los cuales también es tan proclive una parte de la crítica literaria de extensión o no académica, como ésta.

No por nada, La elegancia del erizo recibió, entre otros, el Premio de los Libreros franceses (2007).

Publicado en Revista Capital N°254 de junio de 2009 (p. 131).