jueves, septiembre 13, 2007

LA RAZÓN DE LOS AMANTES


  • Simonetti no tiene miedo de narrar. Parece saber y creer que su labor como escritor consiste en mostrar a sus protagonistas y no obnubilarse con el lenguaje.

En el museo del Mulato Gil se reunieron los escritores Jorge Edwards, Carla Guelfenbein y Pablo Simonetti para lanzar La razón de los amantes, la última novela de Simonetti, un implacable drama que explora con sensibilidad e inteligencia la dimensión desquiciada que puede adquirir la pasión.

Concuerdo con Carla al destacar la credibilidad del trío en torno al cual se teje la trama de la obra. Efectivamente, Simonetti mueve a Laura, Miguel y Diego con una depurada técnica, permitiendo una irrupción convincente en escena y logrando que la mente del lector se represente en forma vívida el peregrinar de estos protagonistas a lo largo de la historia narrada.

Si andas tras piruetas y efectismos estilísticos no leas La razón de los amantes. Tampoco lo hagas si buscas fórmulas vanguardistas, minimalismo narrativo, ocultos códigos literarios u otras galimatías que muchas veces aburren o interrumpen el relato. En La razón de los amantes la forma está supeditada a la historia y a que los personajes se expandan y actúen con claridad.

Simonetti no tiene miedo de narrar. Confía en la riqueza de los rasgos circunstanciales que componen la escena. Parece saber y creer que su labor como escritor consiste en mostrar a sus protagonistas y no obnubilarse con un lenguaje que se interponga en la fluida relación que debe existir entre el relato y el lector.

Mis preferencias estéticas me llevan a afirmar que los caracteres y los temperamentos de los personajes constituyen la sustancia del arte narrativo, juicio en el que me acompaña -entre otros- el crítico Harold Bloom, quien recuerda que esos elementos son “el valor literario supremo, ya sea en el teatro, en la lírica o en la narrativa” (Shakespeare, la invención de lo humano).

La segunda fortaleza de la obra de Simonetti está en su ritmo vertiginoso. Nos hace partícipes de una experiencia sin pausas ni contaminaciones moralizantes o proselitistas, al punto que muchas veces se necesita respirar hondo, o incluso detener la lectura, para asimilar las bombas que explotan alrededor y que arrasan con el aburrimiento burgués en que se consumían Laura y Miguel antes de la aparición de Diego, bisexual-gay, esnob y pseudo intelectual.


(Publicado en Revista Capital Nº212, septiembre de 2007, p. 168).