ESTÁ QUE ARDE
- Es divertido ver a muchos paladines del ala progresista explicarnos, con un tono muy docto, ya no vociferante como antaño, los riesgos incluso de conversar sobre ciertos temas.
Claro, me refiero a la marmita cultural o moral.
La dupla socialista Rossi-Bustos presentó un proyecto de ley sobre eutanasia. La UDI lo calificó de inconstitucional y censuró a la mesa de la Cámara de Diputados por no haberlo declarado inadmisible de entrada en vez de someterlo a la discusión, como lo hizo. La DC exigió el retiro inmediato del mismo. A su vez, otra dupla, la PPD Ominami-Girardi, propuso reponer el aborto terapéutico.
Al ruedo también saltó Ricardo Núñez sosteniendo que habría que reformular la Concertación, incorporando los llamados temas valorativos. Frente a esta arremetida PS-PPD, Soledad Alvear anunció una comisión valorativa encabezada por el ex-canciller Ignacio Walker.
El gobierno no se quedó atrás y, por intermedio de la ministra secretaria general de la Presidencia, Paulina Veloso, declaró que los parlamentarios deben tener en cuenta que sus acciones pueden tener consecuencias negativas para la Concertación y poner en riesgo su unidad.
En el siglo veinte hubo grandes alteraciones en las actitudes morales, siendo la mayoría de éstas todavía controvertidas. Por ejemplo, el aborto, hace treinta años, era prohibido en casi todo el mundo y ahora es legal en algunos países. Lo mismo está sucediendo con las actitudes hacia la homosexualidad, la eutanasia y el suicidio. Si bien es cierto que sobre estos cambios relevantes aún no se ha alcanzado ningún nuevo consenso y que muchos de esos temas causan grandes polémicas, como se ha visto, lo importante es que hoy existe la posibilidad de discurrir en torno a las diferentes posturas sin poner en peligro la estabilidad institucional.
En ese sentido, resulta divertido -por decirlo de cierto modo- oír a muchos personeros (la individualización sería muy larga) que solían representar el ala progresista de la sociedad explicarnos, con un tono muy docto, ya no vociferante como antaño, los riesgos de tan sólo dialogar sobre la agenda valorativa; la misma que ellos antes impulsaban.
No creo que exista una sola explicación para esta nueva postura, al margen de ser esta circunstancia una constatación más de que la temperatura del Poder entumece la voluntad política. En la aspiración de querer extraer del debate ciudadano las divergencias culturales, inherentes a toda sociedad plural y diversa, como la actual, influye la extensión atribuida a la política de consensos instaurada tras el retorno democrático, lo cual que se ha traducido en una sobrevaloración de conceptos como que “está en juego la gobernabilidad” o “la unidad de la Concertación”, los que -con afectación- se hacen sinónimos.
A nadie convence la lógica de guerra que sustenta la afirmación relativa a que deliberar sobre las diferentes posturas culturales o morales recogidas en la institucionalidad vigente pone en peligro la estabilidad social y política del país. Esa lógica sólo convence a quienes profesan mantener a troche y moche el statu quo, saltándose toda labor de persuación mientras puedan imponer sus preferencias a espaldas de los ciudadanos. A ellos se les recuerda que deben trabajar más para ser convincentes desde su escaño parlamentario en lugar de pretender restringir el debate público .
La dupla socialista Rossi-Bustos presentó un proyecto de ley sobre eutanasia. La UDI lo calificó de inconstitucional y censuró a la mesa de la Cámara de Diputados por no haberlo declarado inadmisible de entrada en vez de someterlo a la discusión, como lo hizo. La DC exigió el retiro inmediato del mismo. A su vez, otra dupla, la PPD Ominami-Girardi, propuso reponer el aborto terapéutico.
Al ruedo también saltó Ricardo Núñez sosteniendo que habría que reformular la Concertación, incorporando los llamados temas valorativos. Frente a esta arremetida PS-PPD, Soledad Alvear anunció una comisión valorativa encabezada por el ex-canciller Ignacio Walker.
El gobierno no se quedó atrás y, por intermedio de la ministra secretaria general de la Presidencia, Paulina Veloso, declaró que los parlamentarios deben tener en cuenta que sus acciones pueden tener consecuencias negativas para la Concertación y poner en riesgo su unidad.
En el siglo veinte hubo grandes alteraciones en las actitudes morales, siendo la mayoría de éstas todavía controvertidas. Por ejemplo, el aborto, hace treinta años, era prohibido en casi todo el mundo y ahora es legal en algunos países. Lo mismo está sucediendo con las actitudes hacia la homosexualidad, la eutanasia y el suicidio. Si bien es cierto que sobre estos cambios relevantes aún no se ha alcanzado ningún nuevo consenso y que muchos de esos temas causan grandes polémicas, como se ha visto, lo importante es que hoy existe la posibilidad de discurrir en torno a las diferentes posturas sin poner en peligro la estabilidad institucional.
En ese sentido, resulta divertido -por decirlo de cierto modo- oír a muchos personeros (la individualización sería muy larga) que solían representar el ala progresista de la sociedad explicarnos, con un tono muy docto, ya no vociferante como antaño, los riesgos de tan sólo dialogar sobre la agenda valorativa; la misma que ellos antes impulsaban.
No creo que exista una sola explicación para esta nueva postura, al margen de ser esta circunstancia una constatación más de que la temperatura del Poder entumece la voluntad política. En la aspiración de querer extraer del debate ciudadano las divergencias culturales, inherentes a toda sociedad plural y diversa, como la actual, influye la extensión atribuida a la política de consensos instaurada tras el retorno democrático, lo cual que se ha traducido en una sobrevaloración de conceptos como que “está en juego la gobernabilidad” o “la unidad de la Concertación”, los que -con afectación- se hacen sinónimos.
A nadie convence la lógica de guerra que sustenta la afirmación relativa a que deliberar sobre las diferentes posturas culturales o morales recogidas en la institucionalidad vigente pone en peligro la estabilidad social y política del país. Esa lógica sólo convence a quienes profesan mantener a troche y moche el statu quo, saltándose toda labor de persuación mientras puedan imponer sus preferencias a espaldas de los ciudadanos. A ellos se les recuerda que deben trabajar más para ser convincentes desde su escaño parlamentario en lugar de pretender restringir el debate público .
Publicado en Revista Capital Nº181, junio 2006 (p. 122).
1 Comentarios:
Hola: ¿por qué no contestas mis e mails?
Cherie
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